Cuando se escribe a mano, las letras se dibujan diferentes en cada trazo. A veces salen torcidas y otras veces nos parecemos a aquellos copistas medievales que se recreaban en los detalles como si cada letra fuera una gran obra de arte. La llegada de los ordenadores hace que pocas veces se diferencien unas letras de otras. Todo parece clónico y trazado de manera idéntica. En el fútbol sucede algo parecido. Sin darnos cuenta, fuimos dejando que los pases, los regates y las jugadas se trazaran de forma casi uniforme y monótona, primando lo físico, apartando el talento y dejando, por tanto, que el que más tiene sea el que gane siempre. Todo eso se acaba cuando aparece algún romántico y apuesta por un fútbol que parece escrito a mano, distinto, sorprendente, con la vitola y el sello de cada jugador, y con un estilo que deje absoluta libertad al jugador creativo y virguero. Todo eso sucedió en la primera parte en Sevilla. Después resistimos como jabatos, con orgullo, con casta, como resisten los equipos pequeños el embate de los grandes. Pero como tantas veces en la Liga española y en la historia de la Unión Deportiva llegó un árbitro a bajarnos del séptimo cielo en el que habitábamos hacía dos semanas.
Hoy partíamos con las bajas de nuestro futbolista de referencia, Jonathan Viera, y del fichaje estrella, Kevin Price Boateng. En otras circunstancias casi hubiéramos dado el partido por perdido de antemano; pero la Unión Deportiva es ahora mismo un verso suelto en medio de ese fútbol mecanizado del siglo XXI. Cuenta con un entrenador que sabe lo que quiere y que elige a quienes juegan no en función del caché o del físico sino mirando primero su capacidad creativa y su compromiso con los colores que defiende. Y luego está Roque Mesa. Inconmensurable. Un metrónomo, un futbolista que desde la llegada de Setién y Sarabia juega como esos jugadores tocados por la magia de los dioses del fútbol. Destaco a Roque, pero habría que resaltar a todo el equipo. Me siento orgulloso de cada uno de ellos. En el fútbol la letra es una especie de estela que dejan los pases inolvidables o los goles que recordamos eternamente, lo que se traza distinto sobre un terreno de juego, los desmarques, los cambios de sentido y los regates inesperados de quienes saben que ganar no es el único verbo importante. Y todo ello lo vimos en la primera parte del partido contra el Sevilla, con ese golazo de Tana que perdurará en nuestra memoria.
Pero ya digo que una cosa son los sueños y otra los árbitros: penalti inexistente en el minuto 88 cuando ganábamos 0-1. Nos expulsan a un jugador en la misma jugada. Empata el Sevilla tras ese penalti. Luego córner fuera de tiempo y con ese jugador menos de la UD los sevillistas rematan en la última jugada del partido. Orgulloso de la Unión Deportiva, pero con el mal cuerpo de la injusticia. Hoy seremos muchos los aficionados amarillos que nos acostamos con ese resquemor de lo injusto en las entrañas. Me imagino a los chiquillos que estaban viendo el partido pendientes de las camisetas amarillas. Cuando yo era niño no entendí nunca por qué los árbitros castigaban siempre a los más débiles. Vale, pueden decir que fue un error humano, pero también hay dos jueces de línea y un cuarto árbitro. Es imposible que ninguno de ellos viera el piscinazo vergonzante de Vitolo. En Inglaterra el Leicester pudo ser campeón porque los árbitros no miran escudos ni presupuestos. Aquí no creo que nos dejen ni jugar la Europa League.
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