Uno mira el fútbol muchas veces como si pudiera mover el balón o regatear desde la grada o el sillón de casa. Todo parece fácil. No hace frío ni calor, no duelen los balonazos en la cara y nunca nos cansamos. Pero son otros los que están en el campo. Y esos otros son los que soñamos siempre que jueguen como cada uno de nosotros. Durante años mis intenciones soñadoras se venían abajo con el primer despeje a tierra de nadie o cuando mi equipo se encerraba atrás antes de que pitara el árbitro. Yo soy de los que aprendió a soñar viendo la realidad delante. Me explico: cuando era niño, lo que hacían Germán o Brindisi superaba todo lo que yo pudiera pergeñar en mi magín de infancia.
El otro día, antes de la debacle de Anoeta, me decía un buen amigo que tenía que pellizcarse para creer lo que veía en la clasificación. Le pasaba como en esas pesadillas en las que de repente nos falta una asignatura para terminar el bachillerato o la carrera. Temía que todo fuera irreal; pero no, era tan cierto como que hoy jugábamos con el Real Madrid sin tener que mirar hacia ninguna altura inalcanzable para verlo cerca.
Y vaya si jugamos, como hacía años que no veía a Las Palmas, con Tana extendiendo en el césped el mapa genético del fútbol canario y con Viera inventando como solo lo saben hacer los grandes genios. Tocamos la pelota desde el minuto uno al noventa, pero hubo veinte minutos, los últimos veinte de la primera parte, en que casi le pregunto a mi compañero de asiento si era real lo que estaba viendo.
El otro día llegaba con mi hija a mi pueblo de infancia. Caminábamos entre edificios y yo le dije que cuando era pequeño ese lugar era un gran solar en el que una vez se había instalado un circo con elefantes, leones y monos que estiraban las manos entre los barrotes de las jaulas. Es verdad que hasta yo mismo me planteo a veces si aquello no es más que una ilusión de mis recuerdos. Algo parecido me pasó ayer cuando vi que Las Palmas le jugaba de tú a tú al actual campeón de Europa. Vivamos estos momentos con la ilusión que merecen. Hoy hemos habitado el mejor de los sueños futbolísticos durante noventa minutos. Que siga la fiesta. Que no se acabe la música y que este circo no deje nunca de ilusionarnos y de subirnos al séptimo cielo. Hoy es uno de esos días que se recordará para siempre. Nos lo contaremos dentro de unos años y nos parecerá mentira. Da lo mismo que no ganáramos en el terreno de juego. Hay partidos que luego se ganan en el recuerdo, en la estela de emociones que se fueron grabando casi sin que nos diéramos cuenta. Pudimos haber ganado, pero este empate consigue que nadie apague los focos de nuestros mejores sueños.
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