Un hombre puede inventar un sueño o inventar un mundo. En el fútbol también puede inventar un gol desde la nada, o más que desde la nada, desde la potencia, la calidad y la confianza en que la suerte está a favor de quien la busca. Todo eso lo sabía Rémy, un jugador que, como Muhammad Ali, se mueve como una mariposa pero pica como una avispa. Parece desgarbado pero es un tanque imparable que no da tregua a la duda cuando hay que tirar a la puerta. Ya hablamos de Calleri hace unos días, pero es que ahora tenemos dos arietes de los que ganan partidos creyendo en su propio talento y en su potencia. Y junto a ellos está ese fenómeno llamado Jonathan Viera. Todo lo que toca lo convierte en magia, pero habría que conseguir que jugara de medio campo hacia delante para que esa magia se concretara siempre en ocasiones de gol o en jugadas más determinantes.
Hay historias que se cruzan una y otra vez como para que recordemos que todo es cíclico y que todo cambia de arriba abajo al mismo tiempo. Si la vida es movimiento, el fútbol es un vértigo imparable. Lo sabemos los que hemos visto muchas veces las camisetas del Athletic y de Las Palmas en los estadios, ese fulgor distinto a otros encuentros por ser casi siempre un encuentro de canteras y de identidades, y también de formas de entender el fútbol, que hacen que los partidos se mantengan en la memoria de una forma diferente. Y siempre nos aparece Iríbar como un arquero enorme e infranqueable al que, sin embargo, Germán Dévora le buscaba siempre el hueco casi imposible para batirle con goles que mantenemos en la memoria más épica de nuestro equipo, como también mantenemos aquel malhadado día del descenso después de diecinueve años en Primera como el más funesto de nuestros recuerdos. Pero el fútbol es ese sentimiento contradictorio, muchas veces más cercano al oxímoron que a las certezas, que cambia todos los argumentos y las previsiones desde que el balón comienza a rodar por el terreno de juego.
La Unión Deportiva llegaba a este partido después de haber cambiado un rumbo ciertamente peligroso en Málaga, y además ese cambio se intuía que no iba a ser flor de un día, que había mimbres como para empezar a soñar nuevamente (aunque los sueños del fútbol también son tan etéreos y tan efímeros como esas pompas de jabón que hacen los niños los domingos en Triana). Con un partido casi se había desatado la euforia, pero todos sabíamos que el Athletic sí se convertiría en una piedra de toque para saber hasta qué punto ese viraje era realmente una realidad más o menos consolidada o una necesidad de nuestros propios sueños de grandeza inmediata. No hay que lanzar las campanas al vuelo, pero con cada nuevo partido se va viendo un equipo más o menos ordenado y jugando con cierta solvencia. Ese juego ya no es el mismo que el del pasado año. Ahora se busca más el pase largo o la acción individual de cualquiera de esos jugadores capaces de ganar los partidos con una sola jugada, aunque entonces y ahora el factor diferencial, lo que hace que sigamos creyendo a pies juntillas en este esquipo, se llama Jonathan Viera. Pero hace un momento citaba a Iríbar. Siempre mantengo que los equipos se arman desde la portería, y en la Unión Deportiva contamos este año con ese portero que llevábamos soñando desde hacía mucho tiempo. Si Chichizola no detiene todo lo que detuvo antes del gol amarillo, ese gol hubiera quedado en mera anécdota. Y no solo es lo que detiene. También está la sensación de seguridad que transmite al equipo. Ahora contamos con la confianza y con la suma de seis puntos en dos partidos. Dejamos de vivir en el alambre, y ya intuimos que el camino tiene pinta de ser más venturoso y más transitable que el que atisbábamos hace algo más de una semana. Ahora sí estamos deseando que todo comience cuanto antes. Que continúe el espectáculo.
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