Había que ganar. Se acaba una de esas inexplicables inercias que nos tenía cerca de la zozobra. Más de un año después volvimos a ganar fuera de casa marcando tres goles y serenando esas aguas que ya estaban bajando algo revueltas en los alrededores del equipo amarillo. Hay mucho que cambiar y hay que ser humildes y autocríticos para hacerlo. Esta victoria es lo que deseábamos todos los seguidores amarillos, pero espero que ahora no saquen pecho los que saben que hay procederes que no deben permitirse en un equipo que aspira a ser grande y modélico. Somos letales en la delantera, y seguimos contando con ese fenómeno llamado Jonathan Viera que modifica los destinos cuando quiere. Celebremos este cambio de ciclo como merece. De no haber ganado hoy hubiéramos entrado en una de esas corrientes en las que resulta tremendamente difícil mantenerse a flote.
Hace cuarenta años, cuando casi todas las camisetas eran de tela y solo podíamos ver los partidos en los estadios, uno no se podía imaginar todo el entramado mediático que tiene ahora mismo el fútbol. Entonces se apostaba improvisando resultados en el colegio: ponías cinco duros que si ganabas se convertían en un potosí que te daba para muchos festines de golosinas o para comprar unos guantes como los que se ponía Carnevali. Nada que ver con estas apuestas de ahora. Recuerdo también un programa, creo que en Radio Cadena Española, que se llamaba Paso a la cantera. Lo presentaba el periodista, fallecido hace años, Alfredo Volpini. También tenías que adivinar los resultados de la Unión Deportiva, y el premio era un balón firmado por los jugadores o unas entradas para ir al Insular. Por la casa de mis padres debe haber algún balón de aquellos con las rúbricas de Roque Díaz, Juani, Farías o Felipe. También íbamos al estudio de Primero Mayo a entrevistar a los jugadores cuando acertabas esos resultados. Todo aquello era más sencillo, menos mediático, sin alardes ni grandes sueños de grandeza, sin tatuajes por todo el cuerpo y sin todo ese negocio que creo que acabará matando justamente lo más que nos acercaba a este deporte.
Todo eso viene a cuento porque últimamente parece que acabamos de descubrir América o de ver hundirse el Titanic después de cada partido. Está todo sobredimensionado y apenas queda serenidad y cordura para vivir el fútbol como lo que debería ser, un divertimento y un motivo para olvidar los tedios rutinarios durante un rato, para regresar a la infancia o para sentirnos los más felices del mundo si nuestro equipo juega de maravilla y golea. Y si pierde, tampoco pasa nada, nuestra vida sigue y no se arreglarán nuestros problemas con lo que suceda en el césped de ningún estadio.
En Málaga se encontraban dos equipos con vidas paralelas, dos de aquellas escuadras que salían en las estampas de los años setenta; pero los dos, con subidas y bajadas, a veces tan meteóricas y exageradas, que casi generan vértigo al recordarlas. Esas vidas paralelas presentaban a los dos conjuntos con dos derrotas seguidas y con la necesidad, como decían los cronistas de antes, de una victoria balsámica que hiciera olvidar esa zozobra del comienzo de la liga. Esta vez la suerte estuvo de nuestro lado, la suerte y el potencial ofensivo que ha logrado Las Palmas con Calleri (me pongo en pie al pronunciar su nombre) y Rémy.
Hace unos días escuché una frase que es como un mantra para los alpinistas: “La cima es solo la mitad del camino”. También le oí una vez a César Pérez de Tudela que el alpinismo es una metáfora de la vida en donde hay que saber subir pero también hay que saber bajar. En eso se parece mucho al fútbol. Veníamos bajando y hacía falta dar los pasos correctos para no despeñarnos. Ahora, una vez detenida esa caída que venía del pasado año, aprendamos a subir nuevamente sabiendo dónde ponemos los pies y la cabeza. Y digo la cabeza, porque creo que ahí está la clave de la Unión Deportiva Las Palmas. Piernas y talento tenemos de sobra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario