El fútbol es sencillo, pero lo sencillo siempre es lo más difícil de conseguir, todo eso que parece que sucede de forma natural, sin estridencias ni aspavientos, tener el balón, jugar con el balón, no perder el balón y, claro, contar con un jugador llamado Jonathan Viera, que es capaz de lograr esa sencillez que a veces parece imposible, o que nos parecía imposible en los ayestaranes días en que el balón casi no se acercaba a las botas de los jugadores amarillos.
Había que ganar. Todo lo demás era un fracaso. Seguimos en descenso, pero viendo la salvación mucho más cerca, nosotros y, sobre todo los jugadores, que en el partido contra el Betis sí jugaron como esperábamos todos desde que empezó la temporada, luchando, combinando, no dando ningún balón por perdido, comprometiéndose con el escudo y recuperando el aplauso y la ovación de unos aficionados que merecen un monumento por su constancia, su amor a los colores y su confianza en la salvación. Solo estamos en la primera semana de diciembre. No valía tirar la toalla. No valía perder de antemano. No podíamos dejar que el sueño de seguir en Primera fuera una quimera o una meta inalcanzable. Si los jugadores mantienen el compromiso demostrado en el partido contra el Betis difícilmente descenderemos, porque esos jugadores cuando quieren (y cuando les dejan) pueden ganarle a cualquier equipo en cualquier estadio.
Es cierto que a veces nos empeñamos en querer ordenar el mundo y no nos damos cuenta de que el mundo se lleva ordenando mucho antes de que llegáramos nosotros. Setién y Las Palmas llevan trazando caminos que confluyen desde hace más de dos años. Primero fueron caminos de tanteo, luego senderos exitosos y finalmente desencuentros que, sin que nadie pudiera preverlos, nos acabaron echando abajo un sueño que pensábamos que nos iba a durar muchos años.
Pero lo sorprendente, lo inesperado, si miramos un año atrás, ha sido este encuentro y esa confluencia casi imposible: nosotros sin entrenador, al borde, o más allá del borde, del abismo, y Quique Setién silbado por su afición y recién eliminado de la Copa de forma sorprendente por el Cádiz. Casi podríamos decir que había una especie de ultimátum para ambos, y si nosotros perdíamos difícilmente íbamos a poder remontar. Ganamos el partido, y además jugando por vez primera un buen fútbol, con criterio, con presión, y con intención de ganar y de que no te ganen. No entró en juego la suerte sino ese abecé del balompié que comentaba al principio: tener el balón, moverlo, mimarlo, no perderlo y marcar cuando se tiene ocasión de hacerlo. La verdad es que yo hubiera preferido que el partido hubiera finalizado en el descanso, ganando también uno a cero, para ahorrarme la agonía de la incertidumbre, pero justo en esos segundos cuarenta y cinco minutos fue cuando nuestro equipo espantó el mal fario de los últimos ocho encuentros y jugó de maravilla. Tenemos que sumar los próximos tres puntos, y los siguientes, y también los otros. Lo difícil ya se ha conseguido. Se ha logrado detener una hemorragia que parecía incontenible. Ahora hay que darse tiempo para ir cerrando las heridas, y esas magulladuras futboleras solo se curan ganando.
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