viernes, 8 de diciembre de 2017

Un equipo desnortado y sin alma

¿Desastre? Sí, desastre, y no exagero. Porque no hubo intención ni entrega, porque lo del Betis solo fue un espejismo, porque no se justifica que, sabiendo lo que nos jugábamos, los jugadores saltaran al campo como si fuera un partido de trámite, una pachanga de verano, un Ramón de Carranza, ese hito histórico que nos quisieron vender y que quedará como irrisorio, como una tomadura de pelo en el palmarés de la actual Unión Deportiva Las Palmas.
Te puedes salvar jugando bien al fútbol, pero nunca te salvarás sin correr hasta el hartazgo y sin entender que nadie regala nada, que Messi con el Barça o Silva con el Manchester City no paran de correr ni de presionar todo el encuentro, que ya está bien de estas indolencias, que no nos vale un partido más o menos pasable para luego entregar las armas según saltas al campo en el partido siguiente.
Ya no está Ayestarán, ya no está Márquez, pero sí están los únicos que nos pueden salvar del descenso, los que vimos hace una semana luchar, los que tenían la pelota y hoy la entregaron al contrario lastimosamente. Mal asunto, y mal momento para el entrenador que finalmente llegue. Un equipo sin alma, eso fue lo que vimos en Mendizorroza, y sin alma no se va a ninguna parte, o se va directo a Segunda por más que nos duela a los aficionados y a quienes tratamos de mantener izada la vela del optimismo todo el tiempo.
Uno recuerda la física de Newton que estudiamos en el instituto, con una gravedad, un espacio y un tiempo que tiene poco que ver con el fútbol. No creo que Newton, de haber existido balones de fútbol, los hubiera cambiado por las manzanas para lanzarlos al aire. Yo creo que si lo hubiese hecho no habría llegado a ninguna conclusión porque los balones son relativos, casi más para la física cuántica que para la de Newton, y además son impredecibles, y da lo mismo que estén inflados correctamente y que cuenten con el mismo material sintético. No hay dos balones que sean iguales porque cada balón depende de quien lo juega y lo golpea, y de cada equipo, y de cada estadio, y hasta de cada soplo de viento. Solo así se entiende el desastre de Vitoria, porque el fútbol es más esotérico que científico, y más circunstancial que cualquiera de aquellas teorías que planteara Ortega y Gasset cuando a las botas se las llamaba borceguíes y los jugadores jugaban con un pañuelo en la cabeza como Beltrán o Quincoces.
Partiendo por tanto de ese principio de incertidumbre futbolero uno no sabía qué Unión Deportiva iba a encontrar en Mendizorroza, aunque es verdad que confiábamos en el saber estar y en la profesionalidad de Paquito Ortiz. Fue todo un referente como jugador, alguien en quien podían mirarse los canteranos, discreto, luchador, y con esa cabeza que en el mundo del fútbol se identifica con la toma de decisiones correctas y acertadas en casi todas las jugadas, pero ni Paquito puede enmendar lo que está mal hecho desde hace mucho tiempo. Qué mal se le dan a la Unión Deportiva esos estadios de lluvia y frío del norte de España. Salvando San Mamés o el Molinón, donde sí hemos escrito algunas páginas imborrables de nuestra historia, uno parece que lleva viendo el mismo partido cien veces, y si no salimos goleados de Vitoria fue por puro milagro y por las paradas de Raúl Lizoain en la segunda parte. Qué decir. Cada vez nos dejan más aliquebrados y con menos capacidad para contar algo que nos mueva a creer que habrá un cambio de rumbo. La Unión Deportiva es un equipo desnortado, sin brújula, que no sabe a dónde va ni a qué juega. Puede tener unos minutos de buen fútbol de vez en cuando, pero sin plan, sin proyecto y sin entrenador no se va a ninguna parte, o se llega donde acaban los que no creen en sí mismos hace mucho tiempo, los que carecen de amor propio, los que fracasan por no dejarlo todo en cada intento.




No hay comentarios:

Publicar un comentario