La afición de Las Palmas no se merecía la agonía de todos estos meses, y mucho menos el ridículo de hace una semana en Montilivi; pero a veces son los grandes golpes los que consiguen que se reaccione y que se busque lo que tenía que haberse buscado hacía mucho tiempo. Hemos sido críticos, y yo mantengo esa crítica porque, por desgracia, estaba cargada de razones, de decisiones que no entendíamos y de desatinos ciertamente increíbles, algunos rozando el esperpento; pero luego está la afición, esa afición que siente los colores y el escudo, la que ha llevado al equipo en volandas durante todo el partido contra el Valencia, la que no fallará, la que sigue creyendo en el milagro de la salvación y la que se agarra a las matemáticas como si lo hiciéramos a un clavo ardiendo, porque nos da lo mismo quemarnos si los jugadores lo dan todo el campo, porque asumiríamos incluso el descenso si vemos que esos profesionales no dan ningún balón por perdido y si los que toman decisiones se muestran coherentes y no se hacen el harakiri que se han venido haciendo todos esos meses.
La primera parte se pareció a muchas de las primeras partes que hemos vivido esta temporada, pero hubo una diferencia, y fue la suerte, las oportunidades del Valencia que en otros partidos se habían convertido en goles en contra, ese azar que también juega los encuentros, sobre todo cuando te mueves en un alambre que apenas soporta el peso de nuestras zozobras. Pero quedaba la segunda la parte, la malhadada segunda parte de casi todos los partidos, pero esta vez esos segundos cuarenta y cinco minutos no nos vinimos abajo ni perseguimos las sombras que perseguimos, como fantasmas tristes, en muchos estadios. La afición lo sabía y no dejó que se asomara esa sombra en el Gran Canaria, y esta vez, por fin, el entrenador actuó con el criterio que todos esperamos a la hora de colocar a los jugadores en el campo y de elegir a los profesionales que estén más en forma y que más puedan ayudar a ganar los partidos.
Minutos antes del encuentro, bueno, durante toda la semana, he estado recibiendo mensajes de un amigo al que habría que hacerle un monumento por su optimismo, por su capacidad para encajar golpes y por su creencia en que los aficionados juegan a veces tanto como los jugadores que saltan al césped. Hablo de Sergio Maccanti, ojalá tenga razón y su fe ciega nos lleve a sumar todos los puntos necesarios para remontar y quedarnos en Primera.
Comenzamos perdiendo en los primeros compases, pero la afición, lejos de venirse abajo, alentó al equipo y gritó y saltó hasta que los jugadores volvieron a creer en sí mismos. Y en medio de todo estaba el escudo. Lo que más temíamos era el daño que se le estaba haciendo a ese escudo, al que lucieron Tonono, Guedes, Germán o Brindisi, ese escudo no merecía el oprobio que estaba sufriendo en los últimos partidos. Podemos perder o ganar, lo que no permitiremos es que se deje ese escudo a merced de la desgana, la irresponsabilidad y la desidia. Creo que esta semana, tras haber tocado fondo, por fin lo han entendido los arrogantes, los que trasnochaban y los que se creían los dueños de la finca. Quedan muchas jornadas y la salvación sigue estando lejos, como un horizonte que se pierde en la bruma, pero si se juega como se jugó contra el Valencia a lo mejor conseguimos que se disipe toda esa neblina. De momento agradecemos el compromiso, la lucha y la entrega que hemos visto en el Gran Canaria. Nosotros seguiremos soñando. No vuelvan a dejar en mal lugar ninguno de nuestros sueños imposibles. Tampoco actúen ahora como arrogantes y soberbios para callarnos la boca a los que hemos criticado lo que tuvimos que criticar si queríamos seguir siendo creíbles y coherentes. Como comprenderán, aquí perdemos todos si desciende el equipo amarillo. Y aquí estaremos todos si vuelve el criterio y la entrega, y si esto, como el día del Betis, no es flor de un día. Espero que los jugadores jueguen los partidos lejos del Gran Canaria sin dejar de escuchar a todos esos aficionados que se dejaron el alma para que ganáramos contra el Valencia. El escudo de la Unión Deportiva es su afición. No merece bajar a Segunda. Que el eco de los últimos minutos en el Gran Canaria no se quede nunca en el olvido.
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