La Unión Deportiva Las Palmas es ahora mismo un esperpento, un reflejo en un espejo cóncavo como aquellos en los que se reflejaba Ramón María del Valle Inclán en el callejón del Gato. Nuestro reflejo es grotesco, distorsionado y desconocido si lo comparamos con la imagen que devolvían los espejos cuando Quique Setién era el entrenador amarillo. Contra el Betis ese esperpento se manifiesta aún más exagerado, sobre todo si miramos la clasificación o si vemos la manera de jugar que tiene el equipo verdiblanco y el caos futbolístico de la Unión Deportiva. Pero ni Setién ni nadie debería ser imprescindible en ninguna parte, nadie, ni siquiera Maradona o Messi. Un equipo de fútbol es una suma de inteligencias, de esfuerzos y de voluntades, un proyecto común, un fin que se busca planteando unos objetivos y diseñando una estrategia a corto o a largo plazo. Las Palmas no solo perdió a Setién, también perdió el romeo, el norte, la inteligencia, la coherencia, el respeto de los aficionados, la entrega de los jugadores, todo eso que luego hace que el proyecto triunfe o fracase más allá de los resultados.
La historia, además, ha hecho que también coincidiera el enfrentamiento contra el Betis con el partido más inolvidable para mi generación, aquella final de Copa con un equipo de canarios y de internacionales contrastados que llegaban a Las Palmas después de jugar Mundiales o de destacar en otros equipos. Si esos foráneos no aportan, si no han demostrado nada antes, prefiero siempre que sea un canterano el que defienda los colores de la Unión Deportiva, aunque esos canteranos también han de estar formados futbolística y, sobre todo, mentalmente, para saber qué supone vestir de azul y amarillo en Gran Canaria.
Quien quiere ganar, casi siempre gana. No es una perogrullada. Lo sabemos porque hace un año y medio éramos como ese Betis que nos ha ganado en el descuento. Nadie abandonaba el estadio de Gran Canaria y los jugadores seguían seleccionando los pases, combinando, creyendo en que la coherencia y el respeto al balón tendrían premio antes de que el árbitro pitara el final del partido. Estamos a trece puntos, que son catorce realmente, de la salvación. Si alguien me vuelve a vender el humo de sus fracasos y se agarra a las matemáticas le diría que se envalentonara en su casa o que le contara sus trolas a los que no han visto un partido de fútbol en su vida. Hablo de Paco Jémez, ese entrenador que está destrozando la poca imagen que le quedaba a la Unión Deportiva. Le pondría, aprovechando la efeméride, vídeos de Miguel Muñoz para ver si por fin entiende que entrena a un equipo que tiene su orgullo, su historia y una afición que no merece esos desplantes en las ruedas de prensa. Usted nunca puede decir que no lleva a un jugador de nuestro equipo porque no le da la gana. Eso es una falta de respeto, una insolencia, un ultraje a nuestra historia y a nuestro escudo, un tirar la toalla cuando ya no nos quedaban ni esas matemáticas que se quiebran con las incapacidades deportivas.
Cuando un escritor escribe una novela y ve que no camina hacia ninguna parte trata de rehacerla o la empieza de nuevo, es lo mismo que hace un carpintero cuando construye una mesa. Lo que jamás se debe hacer es seguir insistiendo en el error, en los callejones sin salida y en los fracasos consolidados. Lo peor no es descender, mucho peor es comprobar que no hay enmienda, que se echan la culpa unos a otros y que no vemos un atisbo de luz en ningún horizonte cercano.
En el espejo creo que también quedan las imágenes de todos los que se creyeron a salvo de sus ignominias y de sus malas andanzas: lo que creían que era perfecto ha ido mutando en el terreno de juego hasta dejar una imagen esperpéntica y alejada de aquella excelencia de los días en que la Unión Deportiva generaba ilusiones y trazaba un fútbol bello desde que el balón echaba a rodar en el campo. No ha llegado de repente este diluvio, se ha ido forjando poco a poco, y lo extraño es que no hubiera llegado mucho antes: los ayestaranes y los jémez no nacen por generación espontánea, casi podríamos decir que son un reflejo del espíritu de quien los elige. El noventa por ciento de los aficionados a la Unión Deportiva jamás hubiera dejado marchar a Setién ni habría fichado a esos entrenadores, pero el noventa por ciento de los aficionados ya no importa nada en la Unión Deportiva. Solo queremos que esto termine cuanto antes y que esa imagen se borre para siempre en una nueva temporada; pero mucho me temo que viendo lo que está planteando quien toma las decisiones finales de su propia “empresa” (y esa palabra es la clave que nos aleja del romanticismo del pasado) tendremos esperpento para muchos años.
Impolutas y acertadísimas palabras.
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