La derrota nunca es bienvenida, ni siquiera cuando luchamos hasta el último aliento, tampoco cuando los hados se ponen en contra: toda derrota termina siendo un fracaso, pero luego hay fracasos y fracasos, como hay derrotas y derrotas. La de la Unión Deportiva contra el Levante es una combinación terrible de fracaso, derrota y arrogancia, la consecuencia de todo lo que se ha venido haciendo mal desde hace mucho tiempo, desde que le empezaron a mover la silla a Quique Setién, desde que, con esa arrogancia de los malos ganadores, se obvió la opinión de los aficionados y se fueron dando palos de ciego cada día más grotescos y más esperpénticos. Había quien se seguía aferrando a las matemáticas, pero las matemáticas son una ciencia exacta, tan exacta que era imposible que Las Palmas se quedara en Primera División después de todas las decisiones que se habían tomado en el último año. Lo peor es la sensación de fracaso que uno notaba en el aficionado antes de todos estos partidos en los que supuestamente nos jugábamos la vida. La gente que sabe de fútbol, y quienes miran con estupefacción lo que ha sucedido en la casa amarilla, ya fueron viendo venir lo inevitable. No es un fracaso que nos cogiera de sorpresa sino un corolario que estaba cantado hace mucho tiempo.
Hemos vivido tiempos peores, pero puede que este sea el peor de los tiempos. No corremos el riesgo de desaparecer (o eso espero), pero no veo en la isla o en las caras de los aficionados esa ilusión que hacía que nos convenciéramos año tras año de que éramos los mejores, aun contando con jugadores con los que ya sabíamos que no íbamos a ninguna parte. Lo de ahora es diferente porque teníamos todos los mimbres para quedarnos en Primera muchos años y fuimos nosotros mismos (ellos mismos) los que nos condenamos a este desastre inexplicable si no se acude a la hemeroteca. Claro que seguiremos siendo de la Unión Deportiva, eso es innegociable aunque juegue en Preferente; pero costará ilusionar de nuevo a la gente, sobre todo porque la gente, que es sabia, sabe que, llegado el momento, los de arriba actuarán como una empresa en la que importa poco la masa social y la opinión del aficionado. Eso es lo que duele y preocupa, que se apele a la afición después de haberla ninguneado, podríamos decir que groseramente, en los días de bonanza. Y todo futuro pasa por esa afición que no se merecía este descenso virtual. Un estadio vacío es lo peor que nos podría pasar en Segunda. Nos hemos convertido en un nuevo rico que no ha sabido hacer amigos por comportarse como aquellos niños insolentes que se llevaban la pelota en mitad de los encuentros.
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