El fútbol es un deporte de equipo y el fútbol es, al mismo tiempo, un deporte en el que el resultado se decanta muchas veces por las individualidades. Si le fuéramos a explicar ese planteamiento a quien no hubiera visto un partido en su vida, nos tomaría por incoherentes; pero es que el fútbol también tiene mucho de incoherencia y de misterio. Podríamos decir que es como un oxímoron, un juego en equipo en el que cuando interviene Rubén Castro también se convierte en ese juego de individualidades que decía al principio. Cada balón que le llegaba en el partido contra el Albacete lo convertía en ocasión de gol, estuviera donde estuviera, así recibiera de espadas o con todo el campo por delante. Sus disparos terminaban siempre entre los tres palos, y el gol, evidentemente, era solo cuestión de tiempo. Marcó de nuevo y son sus tantos, como decían en el bolero, nuestra única esperanza.
Pero esas individualidades dependen de la eficacia de un equipo, y también de la intención, de las ganas que pongan para ganar el partido y, por supuesto, de la ambición y del juego que propongan. Si el plan es esperar a que marque Rubén y luego salir al contraataque nos irá bien si nos acompaña la suerte o si jugamos contra el Reus Deportivo. Creo que fue un error esa renuncia al balón en la segunda parte cuando ya ganábamos uno a cero. El Albacete dominó por completo el encuentro, y un equipo que aspira a ascender nunca puede dejarse dominar por el Albacete en su estadio. Cuando combinamos en la última media hora del primer tiempo, quedó demostrado que hay calidad y jugadores para proponer algo más que la verticalidad, la potencia y la puntería del delantero centro de La Isleta. Tuvimos la oportunidad de dar un golpe sobre la mesa y colocarnos al frente de la tabla con seis puntos. El calendario fue benévolo, pero luego nosotros teníamos que ganar los partidos.
Jugar dos encuentros en casa contra rivales que, en principio, no están llamados a ser protagonistas de esta Liga, parecía el mejor principio posible, pero si viene bien este empate (que nunca viene bien aunque vengan luego con la martingala de la suma de puntos) es para espabilarnos y para darnos cuenta de que no puedes bajar la guardia, ni pretender ganar con el empaque o el prestigio de tu camiseta. Llegamos a septiembre con cuatro puntos y nos citamos con el Zaragoza en la Romareda en un partido de Segunda División, porque en Primera, siguiendo con esa ilógica del fútbol, juegan el Huesca contra el Éibar, o el Leganés contra el Getafe. Ya hace tiempo que los nombres de los equipos y las supuestas grandezas históricas valen poco: lo que vale es jugar bien y tratar de ganar, contando con las individualidades y con el equipo, o lo que es lo mismo, con la suma de esfuerzos y de inteligencias. Y, por supuesto con la afición, que sigue dejando el estadio de Gran Canaria lleno de asientos vacíos. Hoy hubiera sido un buen día para volver a ilusionar a esos aficionados que no entienden por qué su equipo se empeña en hacerse el harakiri cada vez que lo tiene fácil para seguir mejorando. Ni siquiera con Rubén Castro logramos dormir tranquilos.
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