¿Por qué se llenan los estadios? ¿Por qué el estadio de Gran Canaria ha estado casi vacío en los dos primeros partidos y el del Zaragoza congregó a veintidós mil espectadores en un ambiente envidiable de fútbol? ¿Qué está fallando? Ni regalando los abonos a los socios de Primera se han llenado las gradas. Falla la ilusión, el ánimo, que es algo más que un cúmulo de fichajes más o menos contrastados. Falla la renuncia a la cantera y, sobre todo, la indefinición de un estilo, lo que vimos en Zaragoza, una primera parte con tres centrales como si fuéramos el equipo más timorato y con menos fe en sí mismo de la categoría. ¿Se imaginan al Barça dejando a Messi en el banquillo o a Las Palmas de Miguel Muñoz sentando a Brindisi?
Pues eso es lo que hizo Las Palmas en Zaragoza en la primera mitad, renunciar al balón, defender y dilapidar medio partido de una manera lamentable. Tras el descanso llegó el sentido común, pero no dio tiempo de arreglar el desastre. Entró Tana (nuestro Messi) y todo cambió. El fútbol se volvió canario de repente, llegó la poesía y con ella el gol y las ocasiones: o se dan cuenta de una vez de que eso es lo que queremos o terminarán jugando como el Rayo Majadahonda en el Wanda, en un estadio vacío con ecos de silencio.
Un partido de Las Palmas contra el Zaragoza en La Romareda siempre nos despertará recuerdos a los nostálgicos y a los que ya vamos cumpliendo años casi sin percatarnos de que ahora somos nosotros los padres o los abuelos que van al estadio. Te das cuenta en partidos como estos, cuando nombras al Lobo Diarte, a Violeta o a Arrúa y te miran como si estuvieras contando batallas del siglo XIX, y ni siquiera acercándote un poco más y citando a Pardeza o a Nayim llegas a los jóvenes que te escuchan como nosotros escuchábamos a nuestros padres contarnos las proezas de los Cinco Magníficos. Por tanto, aunque se juegue en Segunda, ese partido siempre traerá ecos del Carrusel Deportivo de los domingos por la tarde, aquel pitido que cuando sonaba en el campo en el que jugaba Las Palmas detenía el bullicio de las reuniones familiares. Los goles se cantaban durante varios segundos: “Gooooooooooool en la Romareda”, pero ya tú intuías, según la alegría del locutor, si era nuestro o del Zaragoza. Marcamos muchísimos goles en ese estadio que, para suerte de ellos, sigue estando en el centro mismo de la ciudad, cerca del Ebro, con el ambiente que eso genera y manteniendo la memoria intacta.
Ahora los partidos se juegan a cualquier hora del día y de la semana, y ya se acabó esa fiesta mancomunada del fútbol de los domingos por la tarde (solo cuando jugábamos fuera de casa, porque en el Insular nuestro horario era el de los sábados a las ocho y media de la noche). Y esta vez, además, nosotros somos para el Zaragoza el gran equipo a batir de la categoría, por presupuesto y por fichajes, porque por historia es, sin duda, el equipo maño el más importante.
No sabíamos cuál sería el planteamiento de Manolo Jiménez. Lo lógico es que fuéramos a ganar todos los partidos y a marcar el mayor número de goles posible. Creo que tenemos equipo para salir sin complejos y con ese ambición ciega en pos de la victoria, pero no fue así. La buena noticia de la semana ha sido la renovación de Tana, toda una garantía de buen fútbol y un pequeño oasis canterano y canario en ese centro del campo que determina el sino de tantos encuentros. Pero al igual que cuando escuchábamos a aquellos locutores cantar los goles, también en los partidos, desde que se dan los tres o cuatro primeros pases, ya casi intuyes el resultado, aunque luego sucedan esas cosas raras que vuelven ilógico al fútbol en veinte segundos o con un cambio absoluto del guion previsto.
Si no hubiera sido por Raúl Fernández no hubiera habido segunda parte porque nos habrían goleado, y jugar a ese ruleta rusa otro partido sería casi suicida. Tenía a Jiménez por un entrenador más valiente y con más fe en su plantilla. Este empate nos sabe a desidia y a derroche de talento, y así no seremos nunca ese equipo que tiene que ser diferente al resto de los equipos de la categoría, un equipo temible y sin complejos, lo que nos habían vendido, incluso con esa errada insistencia de negar la belleza y la poesía sin darse cuenta de que solo así se llenan los estadios y se ganan los partidos.
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