El fútbol, a veces, es una ecuación complicada que solo resuelven los goleadores. Otras veces puede ser una ayuda arbitral, un golpe de suerte o la insistencia en la búsqueda de los goles lo que determina el resultado. El partido contra el Nástic lo resolvió otra vez Rubén Castro, forzando una expulsión, marcando el primer gol del partido y sumando un segundo tanto para sentenciar el encuentro.
El Nástic vino a jugar a todo menos al fútbol, esto es, vino a poner aquellas guaguas que colocaba Maguregui en los años ochenta cuando entrenaba al Almería o al Racing de Santander. Rubén Castro es un jugador de Primera que tenemos la suerte de alinearlo en Segunda, marcando goles, aportando experiencia y demostrando que el fútbol es algo más que golpear un balón y, sobre todo, evidenciando que cuando hay motivación se olvidan las dudas, los años y las sequías goleadoras. Y digo esto por lo que ha declarado Jiménez esta semana cuando le criticamos su planteamiento ante el Zaragoza. Poco menos que decía que los que no hemos dado muchas patadas a un balón no tenemos criterio para opinar de fútbol. No, señor Jiménez, no hace falta ser un genio de la pintura para diferenciar un Monet de un brochazo, y por eso le criticamos su planteamiento miedoso en Zaragoza, porque con una plantilla como la que usted tiene ha de salir siempre a ganar los partidos sin concesiones y sin planteamientos timoratos. Y que quede muy claro que usted sabe mucho más de fútbol que nosotros, pero nosotros también sabemos que quien especula casi siempre pierde, y usted tiene plantilla para no caer más en esa tentación del miedo. Y espero que la goleada contra el Nástic, este cuatro a cero que nos sabe a gloria, sea siempre la espoleta de todos sus planteamientos.
El fútbol, además, es mucho más que un partido. Hay ecos de noches memorables, goles que quedaron para siempre en el recuerdo, grandes decepciones, infancias, sueños, y toda una panoplia de vivencias que hace que te acerques una y otra vez a los estadios aunque digas que nunca será lo mismo, que ya esto no tiene que ver con el romanticismo de entonces, pero te traicionas como nos traicionamos con lo que no es razonablemente explicable, con unos colores, en este caso azules y amarillos (y que no los toquen, que recuerden aquello de "no la toques ya más que así es la rosa", de JR Jiménez). Estos días ha venido a la isla un primo mío que vive hace años en Sao Paulo, en Brasil, y lo primero que hizo fue comprar la entrada para ver a la Unión Deportiva. Ni siquiera preguntó contra quién jugaba. Lo hacía contra el Nástic de Tarragona, en la víspera del Pino, cuando mucha gente subía para Teror.
El abuelo de mi primo Alejandro iba conmigo al fútbol a principios de los setenta. Veníamos de Guía como quien llegaba a territorio sagrado cada quince días, y tampoco recuerdo muchos de los equipos, pero sí aquel color amarillo casi anaranjado y la pasión con la que se vivía cada jugada. Mi abuelo, cuando no había Carrusel Deportivo, ni retransmisiones televisivas en tiempo real, cuando ni siquiera Las Palmas había llegado a Segunda División, bajaba de Guía, como lo había hecho en los tiempos del Victoria y del Marino, con una pequeña caja de palomas mensajeras que enviaba para Guía en el descanso y al final del partido. Medio pueblo se congregaba debajo de la casa de mi familia esperando el resultado y alguna anotación. Mi padre aguardaba en la azotea para retirar el papel que traía la paloma anillada en su pata. Si mi abuelo hubiera estado en el estadio de Gran Canaria en el partido contra el Nástic, además de escribir que ganamos cuatro a cero, creo que hubiera añadido algo así como que tenemos a uno de los mejores delanteros centros que ahora mismo juegan al fútbol en este país. Yo sí me atrevo a teclear que Rubén Castro está llamado a resolver casi todas las ecuaciones defensivas que vayamos encontrando esta temporada.
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