Me gustó el final, el abrazo de los jugadores cuando el árbitro determinó que había concluido el partido después de que jugáramos media hora con un jugador menos. Esa imagen podría resumir el encuentro, un clásico partido de Segunda División, con un terreno de juego casi impracticable y con un rival altamente motivado ante la llegada del equipo grande, de uno de los favoritos, del conjunto que hasta hace unos meses veían jugar contra el Real Madrid o el Barcelona. Lo del VAR no me gusta, pero después de que está se parece a esa Santa Bárbara de la que solo nos acordamos cuando truena, porque el penalti que le pitaron al Extremadura fue todo menos una pena máxima, y esa pena casi nos roba los tres puntos.
Me gusta esa piña que se crece ante las adversidades en lugar de protestar o de venirse abajo. Porque no solo fue el gol, también la expulsión fue muy rigurosa, pero ya digo que no me quejo porque en otros partidos de esta temporada los favorecidos hemos sido nosotros. No debería ser así, pero los árbitros siguen siendo humanos y se equivocan como lo hacen los delanteros centros (aunque con Rubén Castro está por ver esa certeza) o los porteros. Ganamos un partido importante que nos mantiene en los puestos altos de la tabla y nos permite recibir al Málaga sabiendo que una victoria nos deja casi en la cabeza de una categoría tremendamente difícil en la que no fallamos como en la Copa.
A lo mejor a todos esos jugadores de la Unión Deportiva que jugaron el pasado jueves en el Gran Canaria habría que haberles puesto el vídeo de la final de Copa del Rey de 1978 antes de que se saltaran al campo el día del “Majadahondazo”, o de la “majada honda”, porque eso fue lo que sucedió en el Gran Canaria el pasado jueves, una majada que nada tiene que ver con el refugio de pastores que ya aparece desde los años del Quijote sino con el dolor que se siente cuando una puerta te aplasta un dedo. La Copa forma parte del ADN del equipo amarillo, y casi siempre fue una competición con la que el aficionado contaba para esas alegrías extras de la vida que tanto nos sorprenden de vez en cuando.
Almendralejo no era el mejor sitio para curar esas heridas. Si perdíamos se iban a encender todas las alarmas y el empate nos dejaba en esa peligrosa mediocridad que termina anticipando los desastres. Había que hacer, siguiendo con el juego de palabras de la localidad madrileña, un majo y limpio en toda regla, empezar de nuevo, convencernos, volver a edificar las ilusiones y, por supuesto, ganar el partido. Yo creo que si no media la expulsión de Ruiz de Galarreta el partido hubiera terminado en goleada, pero quizá la mejor noticia es que en esas circunstancias, en un campo que no estaba filigranas, se ganó con solvencia. Y no solo se sumaron tres puntos: se consiguió generar confianza en el aficionado y se transmitió un mensaje claro a los contrarios.
Me gustó especialmente Maikel Mesa, no solo por el gol, sino porque demostró ser un jugador de esos que ahora llaman “todocampista”, con recorrido, llegada y entrega, muy a lo Stielike, para que los mayores me entiendan. Y una vez más, me quito el sombrero ante los aficionados amarillos que se desplazaron hasta Almendralejo, que no está, ni mucho menos, a diez minutos de ningún aeropuerto. Se merecían celebrar esa victoria y comprobar que su equipo es una piña. Y también apoyo el mensaje que escribieron algunos de esos aficionados contra esa barbaridad de macromuelle que quieren construir en Agaete. Ya sé que no viene a cuento, pero para mí el paisaje del Puerto de Las Nieves y la camiseta de la Unión Deportiva están depositadas en el mismo almario y en anaqueles similares. Forman parte de mis referentes sentimentales. Alegran la existencia: Las Palmas cuando gana y el paisaje que mira a Faneque y a Guayedra siempre. No dejemos que se pierda.
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