Ayer, antes del partido de la Unión Deportiva contra el Mirandés, yo le comentaba a un amigo que había que ganar por goleada para disipar dudas; pero este amigo, que sabe un rato de fútbol, me recordaba lo igualada que estaba la Segunda División y lo peligroso que era el equipo burgalés fuera de casa. Ganamos tres a uno, pero pudimos haber empatado e incluso haber perdido el encuentro. Nada que ver esta categoría con el sopor de esa Primavera División tan previsible y tan entregada al poder del dinero y de los grandes fichajes. Aquí cualquiera le gana a cualquiera, y en esas batallas Las Palmas creo que tiene mucho que decir. Ningún equipo se distanciará del resto, pero estando donde estamos ahora mismo, y teniendo en cuenta que contamos con un equipo que está empezando a acoplarse, las expectativas son tremendamente halagüeñas, aun contando con esa inverosimilitud que tantas veces mueve las rachas de los equipos. Lo que le falta a Las Palmas es mantener una regularidad y no empezar un partido a ritmo de chachachá para luego ir echándose hacia atrás cuando marca hasta terminar bailando a ritmo de bolero lento o de peligroso réquiem. En esos casos ni siquiera nos salva el contraataque. Ese ritmo creo que marcará el futuro del equipo amarillo. La diferencia, entre otras muchas, está en Juan Carlos Valerón. Ayer veía imágenes de Di Stéfano jugando con cuarenta en el Espanyol. No era una saeta que corría por el campo, pero marcaba los tiempos, daba los pases que anticipaban goles y sabía colocar al equipo para que no se rompiese con cualquiera de esos inesperados giros que a veces acontecen en los encuentros. También metía goles. Como Valerón, como todos esos visionarios del balón que encuentran en el terreno de juego lo que los demás a veces no somos capaces de ver ni en sueños. Y además, esos jugadores terminan haciendo buenos a todos los que les rodean. Ahí están Vicente Gómez o Tana, que llevaban años esperando encontrarse con la mano sabia de un maestro para poder demostrar todo el talento que atesoran. Me quedo con la sonrisa casi juvenil de Valerón cuando marcó sus dos goles, con esa alegría que uno espera de cualquier debutante. Los grandes genios saben que el único partido que vale es el que están jugando.
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