El primero era siempre el último. Casi nadie quería estar ahí cuando éramos niños. Todos queríamos correr por el campo y meter goles por la escuadra; pero luego, cuando íbamos al Estadio Insular, nos terminábamos colocando en la portería. Si hubiéramos jugado en campos de césped todos habríamos elegido el número uno para tirarnos sin miedo o para volar como veíamos que lo hacía Daniel Carnevali cuando improvisaba algunas de sus felinas palomitas.
Siempre que salía del estadio me repetía a mí mismo que al día siguiente jugaría de portero en los partidos con los amigos. Pero la realidad no se parecía a lo que había visto, y nunca aguanté más de dos encuentros seguidos recibiendo pelotazos y siendo el último, el que veía venir a los delanteros completamente solos, y el que no encontraba ninguna brizna de hierba en donde amortiguar las caídas dentro del área.
Los campos eran pedregales o canchas de cemento. Me gustaba aquella parafernalia de ponerme los guantes y las rodilleras, pero no había nada que evitara los raspones y aquel dolor tremendo que dejaba el balón de reglamento cuando estaba mojado y te golpeaba inesperadamente en la cara. Con los años sí es verdad que uno termina jugando de portero muchos días de su vida; pero ya no es tan romántico el espectáculo, ni tampoco hay nadie que te aplauda cuando logras evitar que te derroten en el último momento o en la última jugada. De aquellos tiempos recordaré siempre un partidazo de Arconada en el Insular que yo creo que nos colocó a todos en la portería durante varias semanas. Lo detenía absolutamente todo, y eso que Las Palmas ganó por dos a cero en la que fue la última temporada de Quique Wolf. Y también me viene a la memoria la sobriedad de Iribar, qué porterazo, y qué suerte teníamos los niños de entonces por poder verlos tan cerca que casi nos parecía mentira que no fueran estampas. Porque entonces todos los grandes jugadores que salían en las estampas aparecían cada sábado a las ocho y media de la noche por Fedora, como en el cine, con la misma magia que lograba que se terminaran cumpliendo todos los sueños.
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