Páez estaba en aquellas alineaciones que a uno le ataron al fútbol de por vida. Formaba parte de un centro del campo en el que el balón pasaba por Germán, por Brindisi, por Jorge, por Pepe Juan, por Noly, por Félix, por Quique Wolff y por tantos y tantos que supieron entender cómo queríamos que jugaran al fútbol los amarillos. Paradójicamente ese fútbol lo iban inventando en cada partido para que luego nuestra memoria fuera incorporando variantes y gestas a partes iguales. Me alegra y comparto el reconocimiento de la Unión Deportiva al concederle la insignia de oro y brillantes. Los clubes se hacen grandes cuando saben cuidar a quienes los engrandecieron en los pequeños detalles. Porque, además, Federico Páez es una de esas personas que no ha sabido nunca separar el fútbol de la vida o, para ser más precisos, separar la vida de la Unión Deportiva Las Palmas.
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