Un empate fuera nunca es un mal resultado, aunque a la hora de la verdad los empates valen igual fuera que dentro de tu propia casa. Sumas un punto y nunca sabes cuánto puede dar de sí un punto a final de temporada. El Mallorca, además, no es el Llagostera, aun sin llegar a ser el equipazo que fue hasta hace pocas temporadas. Las Palmas pudo haber ganado perfectamente este partido, pero me quedo con el final, con esa actitud inquebrantable a la hora de buscar la portería contraria. No era un final de Liga. Queda toda la temporada por delante; pero si un equipo, jugando fuera de casa, busca la victoria a toda costa en el minuto noventa, uno, si es seguidor de ese conjunto, duerme más tranquilo, o por lo menos sabe que los jugadores seguirán jugando dentro de una semana con esa intención y con las mismas ganas de lograr una victoria. Vale que hay otros equipos, sobre todo Betis y Sporting, que se pueden ir distanciando. Yo no me obcecaría con ellos. Más tarde o más temprano tendrán sus baches. Lo que vale es que Las Palmas no pierde la actitud que ha demostrado hoy hasta el último segundo. La primera parte jugó de maravilla y pudo haber sentenciado pero, como sucede casi siempre cuando te marcan un gol al filo del descanso, lo psicológico juega y parece como si te cambiaran el guion de repente. En la segunda mitad se tiró de oficio, pero no se vino el equipo abajo como sucedía en otras temporadas. Si se gana en casa la próxima semana, la Unión Deportiva se pondría con siete puntos en tres partidos. Creo que esa es la perspectiva que tenemos que mirar para valorar este empate. Sigo pensando que hay equipo y planteamiento para que por fin podamos tomarnos esta competición en serio. El próximo domingo puede ser clave para marcar distancias y para generar esa confianza necesaria que nos mantenga en los primeros puestos de una Liga ciertamente competitiva y complicada.
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