Todo principio es siempre un desafío. Nunca sabemos adónde vamos a terminar llegando, ni tampoco qué es lo que nos deparará ese destino siempre tan veleidoso y tan inesperado. En el fútbol, como en la vida, todo depende del esfuerzo, de la preparación y de los planteamientos que se vayan haciendo. Luego está claro que también juega la suerte; pero en una Liga creo que la suerte tiene poco que decir cuando se ha ido caminando paso a paso sin perder de vista el norte y sin cegarnos con lo inmediato. Los últimos principios de la Unión Deportiva no han sido precisamente halagüeños, y cuando no se navega con soltura desde el comienzo resulta más complicado controlar las travesías y los manejos del juego. La confianza es esencial en todo lo que hacemos. Si se empieza ganando y jugando con criterio lo más probable es que nadie nos pare antes de llegar a la ansiada meta del ascenso.
Lo que va llegando de la Unión Deportiva de esta temporada invita al optimismo. Se está jugando de manera más efectiva y vertical y el grupo que comenzó a gestarse el pasado año se presenta ahora mucho más consolidado. Queda por ver qué sucede en la portería, aunque las veces que vi jugar a Raúl Lizoain me gustó la seguridad que transmitía y su estampa de portero a lo Iríbar, sobre todo por la sobriedad de sus movimientos y por sus reflejos. Creo que el nuevo entrenador sabe mucho de fútbol, o más concretamente de ese otro fútbol que se juega en Segunda División y que nada tiene que ver con las preciosuras o las técnicas que quisiéramos ver desde que el balón rueda por el césped. No se trata de ganar a toda costa; pero sin seguridad defensiva y sin tirar a puerta no se va a ningún lado ni en Segunda, ni en la Premier, ni en Preferente.
Contamos con Valerón, y eso son palabras mayores y un motivo más que suficiente para sacar el carné de abonado, aunque luego hay que tener en cuenta los trazos de los finales. Para los que escribimos, los finales no son más que una consecuencia de los principios una vez ha transcurrido la trama y vamos desenredando todos los misterios del argumento. A nosotros nos tocó el pasado año un final que no se recoge ni en las más angustiosas tragedias griegas; pero lo que sucedió tuvo que ver precisamente con un mal principio y con una trama en la que perdimos muchas veces el norte de lo que teníamos que hacer para no extraviarnos. Luego llegaron las prisas y las promociones, y en esos casos sí es cierto que uno queda más a merced de la suerte que en una final de Copa o que en una tanda de penaltis. Antes de escribir, también tenemos que ir buscando las historias; y para ello nos nutrimos con todo lo que escuchamos, con lo que vemos y con lo que creemos que puede pasar a formar parte de un buen argumento. Realmente uno escribe cuando no está escribiendo, lo mismo que un equipo gana cuando no sabe siquiera contra qué rival se va a terminar jugando el ascenso. Para eso están las pretemporadas y las planificaciones previas, la confección de una plantilla equilibrada, el carácter de los jugadores y la preparación física y táctica. Ya luego, al saltar al campo, se recoge todo ese trabajo previo casi sin que el jugador se dé cuenta. En ese sentido creo que este año Las Palmas va por buen camino. No sabemos qué sucederá en junio. Nadie lo sabe. Pero de lo que hagamos en agosto dependerá buena parte de la temporada.
No falló la afición. Ya eso lo sabíamos todos los que estábamos en el Gran Canaria el día del ascenso del Córdoba. Sin decirnos nada, nos mirábamos unos a otros estupefactos, como el día del primer descenso a Segunda contra el Athletic de Bilbao. Recuerdo las mismas lágrimas y el mismo desencanto; pero al mismo tiempo quiero unir la reacción de entonces con la de ahora. Creo que puede suceder lo mismo. No permitiremos que cuatro gamberros nos vuelvan a aguar la fiesta. Somos muchos más que ellos y tenemos un vínculo de unión con el equipo que ha estado a prueba muchísimas veces. La afición jamás le ha fallado a la Unión Deportiva Las Palmas. En medio de una crisis virulenta y de unas duras condiciones económicas ya se superan los doce mil socios. Ya solo por eso, los jugadores deben salir en cada partido como si se estuvieran jugando la vida. Los finales, como decía al comienzo, no son más que corolarios de lo que se ha ido sembrando desde el primer entrenamiento. Aquellos que ya no están y que se quedaron a punto de celebrar el ascenso se merecen esa justicia poética. Me acuerdo de un amigo de mi padre fallecido en Guía recientemente que nunca se perdía un partido de Las Palmas cuando jugaba en casa. Se llamaba Juan Padrón León y estuvo en el estadio aquella malhadada tarde contra el Córdoba. Estoy seguro de que también estará por algún lugar del Gran Canaria si finalmente logramos festejar el ascenso. Va por ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario