Recuerdo un cuento del italiano Dino Buzzati. Alguien con un poco de fiebre, prácticamente sano, se acerca a un sanatorio para que le receten algún medicamento. Ese sanatorio tenía siete plantas. La última para los que estaban prácticamente sanos y la primera planta para los que estaban casi desahuciados. Al paciente lo suben al séptimo piso y poco a poco, a lo largo del cuento, le van bajando de plantas sin que pueda hacer nada para evitarlo. Y cada vez se siente peor estando sano, y cada vez es más difícil que suba de planta nuevamente. La Unión Deportiva se empieza a parecer a ese paciente de Buzzati, pero creo que, con tiempo, y aun a pesar de lo que digan los agoreros, subiremos puestos en la clasificación y dejaremos atrás esta caída libre hacia el abismo estando sanos, o lo que es lo mismo, jugando de maravilla la mayor parte de los partidos.
Quien no haya visto el encuentro del Molinón podría pensar que en lugar de contarlo me estoy inventando una gran mentira. Es cierto, perdimos tres a uno, y se nos escapa uno de los rivales más directos; pero dominamos, jugamos de maravilla y tuvimos al Sporting contra las cuerdas durante casi todo el partido. Perdimos por los detalles, por ese pase malhadado de Culio que podría haber dado cualquiera, y porque aún nos falta un delantero que culmine y le dé sentido a tanto dominio y a tanto esfuerzo por volver bello todo lo que hacemos.
Si me hablan de resultados, evidentemente no tengo argumentos; pero si lo que me preguntan es que si creo que en el futuro saldremos de esta especie de agujero negro, respondería que estoy seguro de que todo terminará bien si tenemos paciencia, aunque la paciencia, como el tiempo, precisa de más entereza y de más cordura que la euforia. Nos quedamos con diez, y perdimos, además, al único central que nos quedaba en la plantilla, justo en el momento en que habíamos puesto todo el caviar sobre la mesa. Guardo en la retina muchas de las jugadas del Flaco el pasado jueves contra la Real Sociedad, y le agradezco a Setién que premiara esa exhibición sacándolo al campo con casi media hora por delante y con el equipo dominando el partido. Pero todo en la vida, en el fútbol, y hasta en el parchís, es una cuestión de detalles. Justo cuando ya nos veíamos disfrutando del espectáculo fue cuando quedamos fuera del partido, sin que Valerón tocara la pelota, con un jugador menos, y sintiendo, como ese paciente del cuento de Buzzati que les contaba al principio, que nos siguen bajando de planta sin que estemos enfermos, o en este caso, sin que juguemos mal al fútbol. Vale que nos falta el gol, y el gol, lo queramos o no, es el arjé de la fisis de este deporte, lo que le da sentido y lo que regala tiempo para que luego nos recreemos en el delirio. Ahora nadamos contracorriente, que es donde se ahogan incluso los mejores nadadores, y no va a ser fácil llegar a la orilla; pero hagan un esfuerzo por no venirse abajo y por acudir al estadio en el próximo partido sabiendo que nuestro equipo quiere cicatrizar cuanto antes las heridas. Hoy ni siquiera pienso mirar la clasificación. Prefiero recordar los muchos minutos de buen juego que vi en el Molinón y seguir creyendo en un milagro amarillo.
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