Escribía Flaubert en La educación sentimental que el tiempo también escribe. Y traza renglones sorprendentes en la vida y en el fútbol. El tiempo viene con días esplendorosos y también con esos otros en los que parece que todo se derrumba. Nunca estamos arriba del todo y, por suerte, tampoco se eterniza ningún infierno cotidiano. En el fútbol la victoria parece que nos cura de repente y que nos hace olvidar que quedan muchos partidos y que la euforia exacerbada no suele ser una buena consejera. Tocó perder contra el Espanyol después de dos partidos exitosos. Ni éramos Brasil del 82 hace tres días, ni ahora somos un equipo sin alma. Tuvimos un mal día en Barcelona, y ese tiempo que escribe aunque nosotros nos empeñemos en refrenarlo quiso hacerlo hoy con letras de decepción y de derrota.
La Unión Deportiva parecía vestida con una ropa que no le pertenecía. Y no solo porque eligiera el fucsia en lugar del amarillo, sino porque nos contagiamos con el juego que proponía el equipo contrario. Contribuimos a embarullar el partido y en los últimos minutos incluso jugamos al pelotazo. Por eso digo que nos vestimos con ropajes que no nos pertenecían, y así veías que había jugadores que no se reconocían cuando el balón pasaba por sus pies. Uno tenía la sensación de que ellos mismos eran conscientes de que no tenían nada que ver con los que se reflejaba en su propio espejo. Eso sí, volvimos a ser osados, jugando con dos puntas en la segunda parte; pero la sucesión de faltas y protestas evitaban que fluyera ese juego vistoso que hemos desplegado en las últimas jornadas. Siempre me cayó bien el Español, sobre todo cuando venían al Estadio Insular y jugaban Solsona, José María y Marañón, o cuando salía en las estampas aquel portero de paradas imposibles llamado Gato Fernández. Eran los años de Sarriá, un campo en el que Las Palmas casi siempre jugaba de maravilla. Ayer, sin embargo, volvimos a otro pasado más reciente que nada tiene que ver con el de las últimas jornadas. Ese tiempo de Flaubert escribió en contra nuestra desde el primer minuto del partido. Olvidemos cuanto antes esta decepción y volvamos a la calma del toque, la combinación y la paciencia. Las derrotas sí es verdad que son un poco más duras cuando pierdes sin reconocerte en el espejo de tu propia mirada. Pero también se aprende de ellas. Y son inevitables en cualquier camino de la vida y del deporte. Hasta las letras parece que fluyen mejor cuando se gana. Son las mismas, pero no son iguales: ustedes me entienden. También los jugadores de la Unión Deportiva que jugaron contra el Espanyol eran los mismos, pero no jugaron igual que en los dos partidos de la última semana. Se vistieron con una ropa que era de otros. Volvamos cuanto antes al amarillo y al primer toque. Dice el adagio que uno no sabe si tiene alas hasta que no salta al vacío y comprueba si vuela. Nosotros ya sabemos que volamos. Y las alas siguen intactas a pesar de que hoy se nos enredaran en la espalda.
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