domingo, 8 de mayo de 2016

Una tarde de mayo de 2016

Hoy cerramos una herida abierta desde 1983, desde aquel día del descenso que cambió nuestra historia. Nunca fuimos los mismos desde entonces, jamás volvimos a jugar al fútbol como habíamos jugado los veinte años anteriores a aquella tarde funesta. Ni en la peor de las pesadillas se podía imaginar el éxodo que nos ha llevado por campos de tierra y amenazas de desaparición. En esa debacle que parecía no tener final perdimos hasta el Estadio Insular.
Ahora, por fin, podemos escribir una historia nueva, y además la trazamos contra el Athletic de Bilbao, el otro equipo de cantera, el ejemplo que debemos seguir para que no vuelva a repetirse esa odisea de la que hemos terminado aprendiendo a fuerza de palos y de desconsuelos. Se fue Valerón, pero al mismo tiempo se queda. No es un contrasentido, es parte de la magia de ese hombre que siempre hizo lo que parecía imposible en un terreno de juego. Se queda transmitiendo valores y como ese espejo necesario cuando se ensirocan los egos y los vestuarios.
Nadie olvidará lo que vivimos hoy en el Gran Canaria. Ese estadio ya empieza a ser tan mítico como el Insular. Le faltaban el Real Madrid, el Atlético o el Barça, pero sobre todo le faltaban momentos como los que vivimos ayer tarde cuando Valerón se encaminaba hacia el banquillo y se nos puso la piel de gallina a los que amamos el fútbol que el Flaco interpreta como nadie. Le aplaudimos y nos levantamos en el minuto 21, en el momento del cambio y al final del partido. Acertaron los que le dieron un micrófono para que se despidiera de todos nosotros. Es un hombre parco en palabras, pero cada una de esas palabras palpitaba con la misma magia que sus pases al hueco o sus controles casi funambulistas.
Setién quiere una plantilla corta para poder subir jugadores de la cantera. Así fue cuando éramos los mejores y así creo que será más allá de los resultados en los próximos años. El Athletic era para mí José Ángel Iríbar, aquel portero que cuando era niño me impresionaba vestido de negro como Yashin y con aquella altura ante la que uno intuía que difícilmente podríamos marcar un gol. Era seguro y volaba de palo a palo sin ningún aspaviento y sin adornarse con palomitas. Muchos amigos son todavía del Athletic por ese recuerdo de Iríbar. Por eso ayer el partido fue todavía más legendario. Vimos saltar juntos al campo a Germán y a Iríbar y, sobre la marcha, los que ya peinamos canas, llegamos a oler el césped del Insular y aquel olor a puros y a jareas que formaba parte del bullicio.
El Athletic era de los pocos equipos que dejaban ver sus camisetas en las gradas del Insular. Hoy sucedió lo mismo en el Gran Canaria, y agradezco a esos aficionados que tanto saben de fútbol que se sumaran como cualquiera de nosotros al homenaje que le tributamos al Mago de Arguineguín. Queda un partido para terminar la temporada. Esta tarde vimos dos grandes equipos sobre el terreno de juego, y uno de ellos era el nuestro, y eso se lo debemos a Quique Setién y a Eder Sarabia, que ahora sí tendrán tiempo para planificar y para elegir jugadores. No me atrevo a hacer valoraciones para la próxima temporada. Un amigo me habló el otro día del milagro del Leicester y yo le respondí que si nos gusta el fútbol es justamente por esos milagros y porque quien escribe los guiones se supera cada año que pasa. Por eso soñamos a lo grande desde que nos dan un poco de cuerda y de tiki-taka. De momento disfrutemos de esta permanencia. No solo nos mantenemos. También sabemos que hay un proyecto fiable y que volvemos a formar parte de la elite. Gracias a todos los que han tenido que ver con esa cura inesperada y casi milagrosa. Ayer cicatrizó una herida que llevaba abierta más de treinta años. Una tarde de mayo de 2016.

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