Si en noventa minutos puede suceder de todo en un terreno de juego, imaginen entonces lo que acontece en 38 partidos, en más de tres mil minutos, contra unos trescientos jugadores, ante una treintena de árbitros y delante de decenas de miles de espectadores. Si seguimos sumando también podremos encontrar días de lluvia y de solajero, goles a favor y en contra en el último segundo, penaltis señalados que jamás se cometieron, penas máximas de libro que no fueron pitadas, paradones y cantadas de nuestros porteros, goles por la escuadra o balones que atravesaron la raya de la portería con una lentitud casi de caracol. También sumaremos noches en que salimos del estadio con esa alegría de las goleadas y del buen juego de nuestro equipo y tardes aciagas en las que parecía que solo nos quedaba resignarnos y esperar el descenso. Todo eso es lo que suele vivir durante una temporada un equipo como el nuestro que no está llamado a conquistar la Liga de antemano, aunque después de lo del Leicester en Inglaterra ya no habrá sueño que no se pueda trazar el año que viene.
Comenzamos con un entrenador que nos había devuelto a Primera después de muchos años deambulando sin norte por estadios medio vacíos a los que casi no llegaba el eco mediático. Pero no tuvo suerte Paco Herrera cuando se vio con los morlacos de Primera. Muchos no entendimos en un primer momento su destitución. Ahora, qué duda cabe, aplaudimos aquella decisión aunque sin ponerle un pero a la caballerosidad, la honradez y el buen hacer de Herrera. La llegada de Setién y de Eder Sarabia sí la aplaudí desde un primer momento. Y lo hice por su propuesta futbolística, por su coherencia y por ese estilo que a los que nos gusta el fútbol nos parece que siempre ha de ser innegociable. Recuperó a jugadores que, de no haber llegado, ahora mismo podrían estar buscando equipos en Segunda o Segunda B y que hoy son codiciados por muchos de los grandes. Eso solo lo puede hacer un entrenador que sepa mucho de este deporte y que, además, sea un motivador casi milagrero, capaz de sacar el talento de quienes creían que ya estaban en esa cuesta abajo que suele acompañar a los que no encuentran quien les enseñe una puerta de salida por la que volver a esos estadios en los que soñaban con mostrar su talento.
Pero lo más importante es justamente que no hay jugadores importantes. Aparece siempre un equipo, intercambiable, cada uno con lo mejor que puede aportar pero trabajando todos con un objetivo y con unos automatismos casi idénticos. Y no es que Setién robotice a los jugadores: todo lo contrario, una vez logrado el orden ya deja que se despliegue libremente el talento. Todo pasa por el centro del campo y, sobre todo, por el balón; pero el balón y ese medio campo pasa todas las veces por el cerebro. Se piensa y se crea, se defiende y se inventa, y se divierten ellos jugando y nosotros cuando los vemos frotándonos los ojos por si esto no fuera más que un sueño.
Este año le dijimos adiós a Juan Carlos Valerón, pero él también contará con esa permanencia en la Unión Deportiva que aporte valores, experiencias y credibilidad al vestuario. Hay una suma de muchos factores que no creo que nadie, a estas alturas, se atreva a confundir con la suerte. En una Liga no se tiene suerte. Todo es constancia y creencia en lo que se hace. Hubo días en los que muchos cuestionaron el juego que proponía Setién. Me alegra haber sido uno de los que apostó por él en todo momento, incluso si esa apuesta conllevaba el descenso. No quiero más apagafuegos pasajeros. Deseo que Las Palmas defienda un estilo y sea fiel al mismo cueste lo que cueste. Lo normal es que el estilo, si se complementa con orden y con disciplina, nos dé muchas alegrías. De momento, escribo feliz y relajado este balance final de temporada. Ha sido un honor contar lo que he ido viviendo en casi todos los partidos, en esa suma de tantas contingencias y de tantos momentos que denominamos temporada y que acaba en mayo o junio como acaba para nosotros cada año en diciembre. Muchos siglos antes de que naciera el fútbol, escribió Ovidio que la gota horada la piedra, no por su fuerza, sino por su constancia. Yo añadiría que también por el estilo y por la búsqueda de la belleza. Así es como nos hemos mantenido en Primera. Y creo que ese sueño, como los juguetes que realmente valían la pena en la infancia, todavía tiene cuerda para rato.
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