Los que tienen miedo a soñar casi siempre se quedan en la orilla. Los otros, los que anhelan nuevos paisajes, no llegan siempre, y a veces incluso esa llegada no era la meta. Pero lo intentan. Y los intentos no se conciben sin una voluntad decidida y un ánimo a prueba de cualquier desfallecimiento. Casi siempre es el camino, ese partido a partido que nombran los entrenadores, lo que da sentido al fútbol y a la vida, aquel poema de Kavafis en el que el destino de Ulises no era llegar a Ítaca sino el propio viaje, la aventura de cada semana y cada día. El fútbol es un viaje que comienza temporada a temporada, semana a semana, y ahora estamos en ese momento en el que todos los barcos sueñan con llegar al mismo puerto de la gloria en el solsticio de junio, antes de que quememos esas mismas naves en la hoguera del olvido para empezar de nuevo la temporada siguiente.
El otro día le escuchaba decir a Antonio Banderas que en la vida no basta solo con soñar si se quieren alcanzar grandes gestas. También ha de soñarse fuerte lo que uno desea, sin miedo, sin límites y, sobre todo, sin complejos que pongan freno a toda esa energía que aportan los sueños cuando uno se los cree y va en busca de ellos con todas las consecuencias. Hace un año, por estas fechas, si un aficionado del Leicester City hubiera escrito que su equipo iba a ganar la Liga inglesa habría recibido toda clase de burlas o habría sido tildado de fanático o de loco cegado por el color de la camiseta del equipo de su infancia. Alguien tuvo que soñar fuerte para alcanzar ese logro que ahora todos califican como uno de los mayores milagros de la historia del fútbol. Ese campeón de la Liga inglesa había estado a punto de descender el pasado año y no había nada a priori que hiciera presagiar ese éxito que vuelve a demostrarnos que en el fútbol no hay lógica que no se venga abajo si se juntan el deseo, la voluntad, la clase y la entrega hasta el último segundo de cada partido. Es un juego, y como tal juego no debemos ponerle más límites que los de nuestros propios deseos. Vale, ahora me pueden tildar de loco fanático de la Unión Deportiva Las Palmas si yo escribo que podemos ganar la Liga o la Copa este año, o clasificarnos para la Champions. Me da lo mismo lo que piensen. Me niego a no soñar todo lo fuerte que pueda antes de la primera jornada. Ya habrá tiempo para que llegue el tío Paco con sus pragmatismos y sus rebajas. Como aficionado tengo todo el derecho del mundo a plantear esos objetivos grandiosos que uno sueña desde niño. También soñaba con ver alguna vez a España campeona del Mundo y ahora mismo puedo pellizcarme cada vez que Iniesta bate a Stekelenburg y enseña el nombre de Jarque en su camiseta.
Este año, además, no me preocupaban los fichajes del equipo. Miento, solo me preocupaba un fichaje, que realmente que eran dos: Quique Setién-Eder Sarabia. Quería que garantizaran el estilo, lo que logramos en muchos partidos de la temporada pasada, esa intención irrenunciable de jugar con el balón y de hacer bello lo efectivo. Sabía que luego los nombres irían apareciendo procedentes de la cantera o de otros equipos. Me bastaba con saber lo que había sucedido el pasado año con jugadores como Tana, Roque o Vicente Gómez. Por una vez, mi equipo no iba depender de los nombres sino de una filosofía reconocible que buscábamos desde hacía décadas los que seguíamos creyendo en la esencia de un fútbol que llevaron a su máximo esplendor un grupo de canteranos en los años sesenta, con Germán, Tonono y Guedes a la cabeza. Esa es la única coherencia que yo pido siempre a los amarillos. Apenas los vi jugar, pero de ahí viene todo, o ahí confluyó todo, la técnica de Padrón el Sueco, de Alfonso Silva y de Mujica y la que vendría luego de la mano de Alexis Trujillo, Valerón, Orlando o Toni Robaina. Quique Setién era el entrenador que estábamos esperando desde hacía mucho tiempo, el fichaje deseado, ese estilo que queremos que se extienda a toda la cantera para que el jugador canario vuelva a reconocerse en el espejo de su propia mirada futbolística. No dejemos que un par de malos partidos o ese azar de los resultados desarbolen esta nave que está a punto de partir soñando fuerte, creyéndose lo que no se ha creído desde hace décadas, como mismo lo creemos los aficionados aunque muchos no se atrevan a decirlo. Defendamos el estilo como decía Benedetti que había que defender a la alegría, como una bandera, como un destino.
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