Los viernes por la noche, cuando yo era niño, eran días de Lucha Canaria, de felicidad por saber que no había que ir al colegio al día siguiente y de vísperas de partidos de fútbol. Ya los terreros no mueven a los miles de aficionados de hace años, con aquellas épicas luchadas que los más viejos unían a los nombres de los grandes mitos del deporte vernáculo. El fútbol y la lucha canaria casi formaban parte de una misma memoria histórica y referencial en nuestro entorno, pero al final ha quedado el fútbol porque el fútbol ocupa ya todos los horarios. Hoy tocaba jugar un viernes, y lo hacíamos contra uno de esos equipos que, sin ser gallegos, nunca sabes si están subiendo o están bajando. Sí es verdad que uno se da cuenta de que Las Palmas empieza a ser respetado cuando un entrenador como Quique Sánchez Flores mete a su equipo atrás y solo queda a la espera de algún robo de balón para armar un contraataque.
Creo que vivimos un proceso de transición que nos terminará llevando a aquel juego fluido e incesante del final de la pasada temporada. Este año solo hay destellos de aquellas paredes, de los pases al hueco o de las combinaciones casi increíbles. Somos más contundentes y más determinantes en defensa y a la hora de recuperar el balón, como si quisiéramos ser al mismo tiempo el Brasil de Dunga y el de Telé Santana en el Mundial 82. Por suerte Setién se inclina más por el Brasil de Sócrates, Zico, Falcao o Toninho Cerezo, por aquella constelación de ídolos que solo acabó cediendo a la efectividad del catenaccio italiano y de un iluminado Paolo Rossi. Nosotros también contamos con uno de esos jugadores que convierten el fútbol en un incesante muestrario de genialidades y de jugadas que nos levantan del asiento. Todo parece que puede cambiar cuando Jonathan Viera levanta la cabeza o conduce el balón como si llevara un abecedario entre las botas para escribir las jugadas que solo se conciben más allá de las metáforas. Conocen cómo jugamos, pero si contamos con Viera no sabrán nunca cuáles son nuestras estrategias finales. Si hoy no hubiera estado Diego López en la portería del Espanyol estaríamos contando goles nacidos de los pases imposibles de ese Romario de la Feria que nos vuelve cariocas cuando corremos por el césped. El otro día contaba el periodista Enrique Ortego que una vez le había llamado Luis Suárez, el único español con un Balón de Oro, para preguntarle que quién era ese fenómeno vestido de amarillo que estaba viendo en la tele desde Italia. Todo es diferente cuando Viera está en el campo, y en estas transiciones es vital contar con un jugador que no deje nunca que nuestra navegación se vuelva rutinaria. Seguimos sumando puntos. Los otros equipos saben a lo que jugamos y ya no dejan que nos soltemos como hace meses. Llegó la lluvia al final del partido como si quisiera borrar lo que habíamos visto los noventa minutos antes. Setién sabía de lo que hablaba hace unas semanas cuando a los aficionados nos cegaba la euforia. Esa es la tranquilidad que me queda, que contamos con un entrenador que sabe leer el fútbol mucho más allá de lo que tenemos delante. Estoy seguro de que poco a poco dará con la clave para que volvamos a parecernos a aquel equipo que hacía que nos frotáramos los ojos después de cada jugada. Las transiciones son siempre necesarias. También algunos empates.
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