Fragilidad y derrota. Bochorno. Nueva decepción. Un corolario que nadie hubiera imaginado hace seis meses. La vueltas que da la vida y las inexplicables revolturas del fútbol. ¿Impotencia? Sí, como si nos estuvieran robando el tiempo. ¿Vergüenza? El consuelo que nos queda es que Las Palmas se haya despedido de fucsia y no de amarillo.
Pero hay que tener cuidado con las inercias porque son más determinantes de lo que creemos. Las inercias y las confianzas. El fútbol es confianza, creencia de que eres realmente mejor de lo que todos piensan, afán de superación, amor a tu camiseta y compromiso con lo que haces. La pasada temporada terminamos en subida y seguimos subiendo luego hasta el mes de diciembre. Este año la caída ha sido imparable, tan imparable que estamos en Primera por los pocos puntos que bastaban para salvarse, por el nivel tan bajo que había en la categoría y por el compromiso y la ilusión que traíamos del pasado. Todo salió mal. Todo salió peor de lo que cualquiera de nosotros hubiera imaginado cuando nos comíamos las uvas del Nuevo Año. Ni sigue Setién, ni queda nada de aquel juego que nos deslumbraba. El equipo acabó como esos juguetes rotos que ya no tienen más arreglo que el olvido o el milagro de un tiempo que los reviva de nuevo. Hay mil maneras de despedirse dignamente, pero la Unión Deportiva no ha encontrado ninguna de ellas. Cada partido ha ido empeorando esa despedida. Uno prefiere un final con silencios, sin estridencias, y ya no digo un final brillante, porque hace muchos meses que perdimos la fe en la brillantez pasada que nos brindó este equipo. Lo mejor es que todo esto terminara cuanto antes. Es lo que agradecemos cuando estamos leyendo un mal libro o cuando vemos una pésima película. Es cierto que cuando leíamos las primeras páginas todos soñamos con una obra maestra, pero las obras maestras requieren muchos compromisos, pocas vanidades y ninguna soberbia. Solo se crece desde la humildad y desde el aprendizaje diario. Los humanos que se endiosan se idiotizan, o pierden esa grandeza que justamente tenían por escapar de los egos y de las arrogancias. Ganamos el primer partido fuera de casa y en ese momento no sabíamos que comenzaba y terminaba el sueño al mismo tiempo, y que lejos de casa no íbamos a ganar ningún otro partido.
Yo pensaba que a lo mejor contra el Deportivo podíamos cerrar el círculo con una victoria postrera, pero está claro que desde que el vestuario se quebró, y que desde que Setién anunció que se iba, ya todo estaba perdido. Ahora solo queda el olvido, el paso de ese tiempo que logre atemperar la decepción tremenda que sentimos. Un sueño roto. Un barco a la deriva. Nos volveremos a ilusionar. Siempre ha sido así, pero primero tendremos que digerir todo el desastre de los últimos partidos y recoger muchos cristales rotos que seguirán abriendo heridas. Qué lástima que todo lo bueno lo echemos a perder de una forma lastimosa. Qué pena que nada haya sido como casi todos soñábamos hace unos meses. Está claro que no aprendemos a escribir finales. Y quien no sabe escribir finales termina matando casi todos los principios. No era esto lo que uno querría haber escrito para la última crónica de una temporada que soñábamos grandiosa y que termina como esas mansiones oscuras y tristes que encontramos a veces en medio de las tierras baldías.
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