Nada que reprochar. Nada que ver con los últimos partidos. Enfrente estaban tres de los diez mejores delanteros del planeta. Era previsible la derrota, pero hay mil formas de perder y otras tantas de ganar. Salimos con intensidad, movimos el balón y fallamos, como casi toda la temporada, en las áreas; pero no hubo ni silbidos ni reproches. Hubo algún quizás, como el de la tarjeta roja que tuvo que ver el defensa Digne cuando Jesé se iba solo hacia la portería azulgrana. En ese quizá, dejando al Barça con uno menos, pudo estar el partido, pero eso es mucho soñar para los equipos pequeños.
Luego llegaron los destellos de calidad, los pases precisos, los remates certeros, los goles inevitables. Y comenzó la segunda parte, y nuestro equipo volvió a ser el que vimos durante buena parte de la temporada, y nos fuimos arriba, y marcamos un gol y creímos en el milagro de la remontada. Pero volvió el zarpazo y la evidencia, y el Barça marcó el tres a uno tras el gol de Bigas culminando un excelente contraataque. Y más tarde llegó el tercer gol de Neymar con un toque sutil y perfecto. Pero aun así seguimos compitiendo y siendo dignos, despidiendo la temporada sin ridículos y sin acciones vergonzantes.
Era el último partido de Setién y de Sarabia. Las despedidas casi nunca son como uno soñaba. Luego es el tiempo quien se encarga de conservar lo que realmente mereció la pena que se salvara. Cuando empezó esta temporada recuerdo que escribí que había que soñar fuerte, y así comenzamos, jugando y soñando tan fuerte como no lo hacíamos desde hacía cuarenta años. Quedarán destellos que les contaremos a nuestros nietos, la jugada de los veinte toques y las paredes con espuela incluida y remate acrobático del partido contra el Villarreal, la segunda parte en el Santiago Bernabéu, el encuentro contra el Sevilla de la primera vuelta o aquel delirio que vivimos contra el Granada. De eso es de lo que se nutre la épica del fútbol. Para la memoria lo de menos es el resultado.
Éramos un juguete roto hacía algunos meses, pero contra el Barça, aun siendo goleados, no tengo nada que reprochar a mi equipo. Nos quedará la memoria y todos esos niños con las camisetas por las calles como no se veían hacía años. Seguro que volveremos a ser mejores y a ser peores, pero nadie nos quitará el orgullo de los días grandiosos en que Setién estuvo entre nosotros. A veces la bonanza es el peor enemigo, y el halago, y la pérdida de objetivos, pero estoy seguro de que todos esos jugadores recordarán estos días con la misma grandeza en el futuro. Seguiremos regresando al estadio y siguiendo al equipo porque eso es lo que hemos hecho siempre, cuando estábamos en tierra de nadie o cuando parecía que íbamos a desaparecer entre deudas y desmanes. Siempre ha sido así. Y lo que nos consuela es que estaremos en Primera División el próximo año y que todos esos niños que vieron los grandes partidos de la era Setién ya contarán con esa reserva de la épica con la que contamos otras generaciones cuando vimos jugar a Germán, a Brindisi o a Koke Contreras. Lo bonito sería ganar el último partido. Hoy pasó un vendaval de talento y prodigio por el estadio de Gran Canaria. Así es el fútbol y así tratamos de escribirlo. Otra cosa es lo que soñemos o lo que sigamos deseando. Esos sueños nos seguirán llevando al estadio, y nadie nos quitará esa fidelidad amarilla que solo se entiende desde la bendita irracionalidad de un deporte que nos sube y nos baja de las nubes como hace la vida varias veces cada día. Gracias Setién por todo lo vivido.
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