Un sábado a las doce del mediodía solo jugaban los alevines o los infantiles, o había algún partido de veteranos, o quedábamos los amigos para jugar al futbito o para creernos Brindisis o Moretes en cualquier solar que convertíamos en un estadio con cuatro piedras y un balón de reglamento. Pero es que ahora se está jugando al fútbol en España y se tiene la mente puesta en las audiencias de Hong Kong o de Melbourne, o se separan los partidos para que se apueste hasta por el minuto en el que va a disparar a puerta cualquiera de los dos equipos por vez primera.
Nosotros llegábamos a Gijón como esos caminos que aunque lleguen al destino se ven sometidos a un calvario a medida que van dando pasos. Nuestro final de Liga parece casi una Odisea como aquella que alejaba a Ulises de Ítaca y de Penélope. El Sporting, un equipo cercano, parecido a Las Palmas, se jugaba media vida en ese partido y los aficionados amarillos, la verdad, ya no sabíamos qué nos íbamos a encontrar cuando comenzara el encuentro. En ese estadio logramos el pase a la final de la Copa del Rey hace muchos años, y en mi memoria siempre conservo las alineaciones de los dos equipos que fueron grandes en los setenta y que llevan años viviendo al borde del abismo. Por suerte El Molinón sigue siendo el mismo, uno de los pocos estadios en los que el fútbol es fútbol también por lo que representa el espacio, por todo el eco de la historia que allí se ha vivido.
Las Palmas jugó hoy con Jonathan Viera, y cuando eso sucede se traza el fútbol nuevamente sobre el terreno de juego. No jugamos mal en la primera parte, no salimos con la caraja ni fuimos goleados a las primeras de cambio. Sin embargo, y aunque no me gusta personalizar, la lesión de David Castellano y la salida de Hélder Lopes cambió el destino del partido. El jugador portugués creo que no está para jugar partidos en Primera en una liga tan exigente. Falló mucho y erró en el gol del Sporting. Perdimos uno a cero en la penúltima oportunidad que teníamos para acabar con el baldón de los partidos fuera de casa. Nos queda Riazor como última oportunidad para no terminar esta temporada con unos números tan parcos lejos de Canarias.
La semana que viene llega el Barça jugándose la Liga y nos apuntará ese foco del protagonismo que casi siempre pasa de largo. Creo que debe ser el momento para que este equipo se despida en casa dejando una estela inolvidable. Perder o ganar es lo de menos. Lo que queremos es volver a encontrar aquellos destellos de hace apenas unos meses. Es imposible que se hayan olvidado de la belleza. La belleza anida siempre en los adentros de quienes la vivieron un día. Nuestros jugadores conocen el camino. Y Setién y Sarabia creo que merecen un partido inolvidable en su despedida. Y se lo merecen todos los aficionados amarillos que este año vimos, después de muchas décadas, esa luz al final del camino que nos seguirá llevando al estadio en busca de esos sueños que sabemos que a veces se vuelven tan reales que parecen mentira.
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