Las grandes gestas, y también las vivencias cotidianas, se valoran cuando pasa el tiempo y podemos mirar a cierta distancia, como si viéramos la vida de otro, lejos ya del ruido y de la vorágine que tantas veces nos impide ver el bosque de nuestras propias circunstancias. En el fútbol también hay que aprender a mirar con esa perspectiva. El partido contra el Real Madrid, aun no habiendo ganado, se va haciendo cada día más grandioso en nuestra memoria, y cuando pasen los años le pondremos las imágenes a nuestros nietos (esa suerte no la tuvieron nuestros abuelos) para que comprueben que lo que contamos no fue un sueño.
Sin embargo toda esa grandeza solo valió un punto. Por eso el partido contra el Osasuna era tan importante. Sabíamos que nos podíamos alejar del descenso, no salvarnos, pero sí mirar con esa tranquilidad con la que mira el superviviente que ha estado mucho tiempo acostumbrado a remar hasta el último momento para evitar el naufragio. Pero se rompió la red y casi nos vimos como los que caminan sin protección sobre el alambre. El partido contra el Osasuna comenzó con lógica, dominando Las Palmas, marcando antes de los diez minutos y con una sensación de goleada en el ambiente. Y además marcó Jesé. Todo, por tanto, estaba a nuestro favor. Pero después de marcar Jesé, Livaja descosió la red de una patada, se detuvo el partido y todo se vino abajo con dos goles del Osasuna que llevaron la zozobra al Gran Canaria. Y no solo jugó el Osasuna, también el árbitro permitió el juego violento y las faltas reiteradas que no permitían la continuidad de ninguna jugada. Menos mal que marcó Livaja justo al principio de la segunda parte. Y que luego la suerte que nos había condenado en otros partidos jugó a nuestro favor y un resbalón de un jugador del Osasuna nos puso por delante en el encuentro. A partir de ahí regresó la lógica y terminamos ganando cinco a dos. Por fin la red fue ese destino que llevábamos buscando desde hacía mucho tiempo.
Temía este partido por todo lo que se había comentado durante la semana sobre la renovación de Setién y Sarabia. Los que me han venido leyendo saben lo que pienso del entrenador cántabro. Su llegada fue una de esas suertes que de vez en cuando cambian el destino de nuestro equipo. Queda el proyecto y los cimientos, y esa sensación de que ya sabemos lo que queremos. Queda también la magua de que se vaya, si finalmente se va, alguien que ha cambiado nuestro sino y nos ha recordado que los soñadores que apuestan fuerte terminan jugando como el pasado miércoles en el Bernabéu. Al final, lo mejor del partido fue el resultado y lo lejano que parece ahora el descenso.
En La Cartuja de Parma, Stendhal sitúa a Fabrizio del Dongo en la batalla de Waterloo, pero el protagonista nunca llega a ser consciente de aquella contienda que cambió el destino de Europa para siempre. Algo parecido nos está sucediendo a nosotros. Setién nos ha recordado qué fútbol queremos que juegue siempre la Unión Deportiva Las Palmas. No hay vuelta atrás, y la directiva lo sabe. Suceda lo que suceda se debe seguir insistiendo en hacer bello lo que otros, como el Osasuna hoy, se empeñan en que solo sea un juego de patadones, pragmatismos y achiques de espacios. No fuimos derrotados como Napoleón en Waterloo, pero de alguna manera sí sabemos que, si no se queda Setién, perdemos a alguien muy importante en esa batalla del fútbol en la que cada vez queda menos espacio para la belleza.
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