Nunca estuvimos tan cerca. Escribo estas líneas aún con el temblor y la taquicardia que tendrán miles de aficionados amarillos. Habíamos bordado el fútbol. Perdón, bordamos el fútbol, y este encuentro será inolvidable; pero hace pocos minutos creía que podía ser testigo de un partido histórico de la Unión Deportiva Las Palmas. Empatamos a tres goles, pero ganábamos uno a tres con todo de cara y fallando ocasiones clamorosas. Cuando era niño recuerdo a mi abuelo (gran seguidor de Las Palmas) en el Insular diciendo que el Madrid era un señor equipo. Yo le preguntaba que qué era un señor equipo y él señalaba al terreno de juego mientras repetía gesticulando que el conjunto blanco jamás se rendía. Solo así se entiende la remontada con un hombre menos y cuando Las Palmas le había quitado el balón y toda la vitola de equipo grande al Real Madrid.
Hoy Jonathan Viera dio una lección de fútbol en el Bernabéu, y Jesé, y Roque, y Boateng, y Tana (guardaremos ese golazo en la memoria). Los debería nombrar a todos porque cada uno de ellos nos ha permitido soñar mucho más de lo que era previsible para un equipo pequeño. Y me quito el sombrero una vez más ante Quique Setién por su valentía, por su coherencia y por ir a buscar la victoria sin miedo a ningún Goliat, ni a ningún Cristiano Ronaldo.
El Bernabéu siempre fue un sueño imposible. Hemos contado con alineaciones capaces de ganar al mejor del equipo del mundo y, sin embargo, al estadio del Real Madrid llegábamos derrotados antes de subir La Castellana desde el Paseo de Recoletos. Esta vez creíamos que sería posible. Siempre buscamos motivos para que los milagros acontezcan. Estaba la mala suerte de los últimos partidos, la reivindicación definitiva de Jesé y que fuera justo en el Bernabéu donde marcara su primer gol vestido de amarillo, y también estaba la gran puesta en escena de un estilo, el mejor escaparate para que, de punta a punta del planeta, supieran que hay un equipo vestido de amarillo que lleva casi toda su historia reivindicando la belleza.
Pasaron los minutos y los sueños se alejaban o se acercaban según veíamos las caras de los nuestros, sus gestos, sus alegrías y sus miedos, y también esas fluctuaciones, como de mareas revueltas, que tienen a veces los partidos, con cambios de ritmos, de dominios y hasta de estilos. Debe impresionar mucho ese estadio cuando estás en el césped.
Pero ya este partido terminó. La historia queda para que la escriban otros más adelante. Llegará el día en que ganemos en el Bernabéu, pero de momento busquemos sueños posibles. Hay que ganarle al Osasuna para seguir en Primera. Esa sí es nuestra final. Todo lo demás es anhelo y sueño. Llenemos el estadio y apoyemos al equipo. Hoy tampoco pudimos con el peso de la historia. Y creo que nunca habíamos estado tan cerca de derrotar al Real Madrid en el Bernabéu. Otra vez será. Y que podamos verlo.
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