Un equipo de fútbol es un destino innegociable, una de las pocas fidelidades que no arrastra el tiempo hacia el olvido, ese momento en el que sientes la misma emoción que cuando tenías nueve o diez años, los prolegómenos del encuentro, la posibilidad de cualquier resultado y ese ídolo de la infancia que uno sigue queriendo ver en todos los jugadores que van pasando por su equipo. Luego se apagan los focos como mismo baja el telón en el teatro, pero siempre queda ese hilo invisible que te une para siempre al color de una camiseta.
Tengo amigos del Bilbao por Iríbar, del Español por Marañón, del Betis por Cardeñosa o del Gijón por Quini o Enzo Ferrero. Los equipos son también los jugadores que pasaron por ellos. Esos amigos no son de los lugares en los que juegan con esas camisetas, y sin embargo un día se conjuraron con esa extraña fidelidad que nos une a un equipo de fútbol toda la vida. Hay varias generaciones de canarios que son del Atlético de Madrid porque allí jugaron Silva, Mujica, Lobito Negro o Miguel el Palmero. Es la generación de mi padre, la que sigue viendo al equipo del Manzanares con las mismas rayas en blanco y negro que veían en la matiné del domingo en el cine de pueblo o de barrio de los años cincuenta.
En los años en que Las Palmas se jugaba la Liga ante el Real Madrid o la Copa del Rey ante el Barcelona, el Villarreal no salía en las estampas. Ahora hay equipos que nacen de una inversión millonaria en los lugares más inesperados. Hoy el Villarreal es uno de los grandes, y nosotros le hemos jugado de tú a tú y le hemos ganado. Pero sigue habiendo una distancia abismal entre su amarillo y el nuestro (aunque nosotros hoy jugáramos de fucsia). Si acaso el Cádiz era el otro amarillo de Primera, pero llegó más tarde, el amarillo siempre fue el de la Unión Deportiva Las Palmas, incluso aquel amarillo en blanco y negro que se tenían que creer los espectadores de la tele cuando no había una gama de colores para que los ojos vieran como si estuvieran en el lugar del encuentro. El amarillo de Primera es Tonono, Germán, Guedes, Brindisi o Coke Contreras, todo lo demás carece de esa pátina de la historia y el recuerdo que engrandece las camisetas. Nosotros seguimos a lo nuestro, tratando de asentarnos en Primera, pagando las novatadas; pero intuyendo que comenzamos a escribir una gesta que volverá a repetirse muchos años. Me gusta cómo juega Las Palmas, y jugando así se va a ganar esos seguidores que decía al principio que se aficionan a un equipo por sus ídolos o por la impronta del juego que dejaron en su momento. Que pregunten a los grandes aficionados de fútbol de la Península que hoy tienen más de cincuenta años cuál es el amarillo que les viene a la mente si les hablan de fútbol en España. Necesitábamos volver para que no se olvidara esa historia y esa presencia. Volver y jugar nuevamente con esa sensación de que el fútbol puede ser bello en cualquier escorzo o en cualquier movimiento. Ahora la audiencia es mundial, y con el tiempo habrá coreanos, australianos o japoneses que identificarán el amarillo de nuestra Liga con la Unión Deportiva, como identificamos a Brasil con la esencia del fútbol de toque y con ese halo que dejan las jugadas cuando se juega a conciencia buscando la belleza.
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