La derrota siempre es cruel. Y aún es más cruenta cuando no la esperas. Habíamos empatado merecidamente y todavía saltábamos en la grada cuando el Real Madrid marcó el segundo gol sin dar tiempo a que el corazón recuperara sus pulsaciones normales. Todos creíamos que seríamos nosotros los que podríamos marcar ese segundo gol y, de repente, nos dejaron a la intemperie, con ese silencio sepulcral de las derrotas inesperadas. Sin embargo terminó el partido y todo el público se puso en pie y aplaudió al equipo, a esos jugadores que tuvieron contra las cuerdas a los galácticos y que merecieron mejor suerte; pero la suerte, como decían en el tango, es grela y no siempre premia a quien lo merece.
Mis primeros recuerdos futboleros están unidos al Real Madrid. Soy capaz de entrever la cara de Velázquez, de Pirri o de Amancio en medio de las de Germán, Tonono o Carnevali. Y viendo partidos contra el Real Madrid viví muchas de esas noches inolvidables que uno conserva como guardaba los boliches o las estampas cuando era niño, la de los dos goles de Morete en el cuatro a dos, o los goles de Juani y de Fortunato en dos victorias por uno a cero contra el equipo blanco, o aquella remontada casi imposible comandada por Juani y Coke Contreras. Tampoco olvidamos el canto de sirena de aquel espejismo que fue la victoria al Madrid de Raúl y de Zidane. Anoche pudimos haber escrito otra gesta semejante, pero se volvió a cruzar esa efectividad de los grandes que, por más que digan, se me está pareciendo al catenaccio o al Bilbao de Clemente: el Barça, el Atlético y el Madrid han ganado en nuestro estadio como ganaban los equipos italianos de los setenta.
Hoy llegaba de nuevo la magia que genera esa unión del blanco, el amarillo y el verde bajo la luz de los focos, y otra vez vivimos esa sensación de que el fútbol, algunas veces, es una gran emoción ante la que te quedas sin palabras. Vuelves a ser un niño, o a vivir intensamente cada minuto para luego tener argumentos con los que recrear el mito. El estadio de Gran Canaria carecía de ese halo de grandeza que solo se consigue cuando llegan los grandes. Desde esta temporada, ese estadio podríamos decir que ya está bendecido por la sombra de todos los mitos que vistieron alguna vez las camisetas de esos equipos ante los que hemos escrito algunas de las páginas más memorables de nuestra historia.
No nos achicamos y tratamos de ser fieles a nuestro juego. Eso es lo que vale y me llena de orgullo. Lo que me importa ahora es que nos mantengamos para que los prolegómenos vividos anoche, y ese momento inenarrable en el que vuelves a ver el blanco y el amarillo sobre el verde, se repita muchos años y volvamos a ganar como ganamos tantas veces contra todo pronóstico y contra todos los vaticinios.
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