Hay jugadores que entienden que el triunfo sin belleza es un fracaso, un remedo pasajero, lo que no cala ni siquiera en los que se creen victoriosos. Johan Cruyff era el estilista, el que saltaba las patadas de los brutos, el que corría más que nadie, el que frenaba en medio de cualquier carrera amagando a derecha e izquierda y encontrando caminos de salida que no vemos el resto de los mortales.
Cada cual tiene su opinión, pero para mí será siempre uno de los cuatro grandes junto con Di Stéfano, Pelé y Maradona. Cambió el fútbol y gracias a sus propuestas nos seguimos sentando en los estadios o delante de las pantallas. Lo vi jugar muchas veces en el Insular. Recuerdo el halo que dejaba cualquiera de sus regates, su elegancia, la precisión de sus pases y sus centros y ese arte que solo está al alcance de los genios. El fútbol no sería fútbol sin la presencia de Cruyff, del Ajax y de la Holanda de los setenta y de ese Barça en el que jugó y en el que entrenó sentando las bases de todo lo bueno que vino luego.
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