No pude subir al estadio, y hasta el lugar en el que veía el partido llegaban sonidos de tambores que no sabía si tomarlos como un buen presagio o como un aviso de descalabro. Todo lo que se habla antes de empezar un encuentro se queda en agua de borrajas desde que comienza a rodar el balón sobre el terreno de juego. El partido contra el Betis era algo más que un encuentro de noventa minutos.
Todos estábamos pendientes de la actitud de los jugadores y hasta del fondo de la mirada, que es la que realmente cuenta cómo estamos por dentro, de Quique Setién. Había mucho en juego, más de lo que podíamos imaginar, y jugar bien y ganar ese partido aquietaba unas aguas que uno todavía no entiende cómo se han revuelto tanto en los últimos meses. El otro día escribía del jaque mate de Ipurúa, pero si todo transcurre con normalidad ese jaque no será efectivo hasta final de temporada, y entretanto solo nos queda disfrutar con cada uno de los partidos que nos quedan. Ganamos cuatro a uno, controlamos el encuentro y podemos dormir algo más tranquilos después del calvario sufrido en todo este tiempo.
No se merecían Setién y Sarabia un final amargo. La estela que deja su fútbol es cada día más luminosa. Por eso me alegro de la victoria ante el Betis, porque deben ser los jugadores los primeros agradecidos. Tú puedes tener los mejores instrumentos y hasta una preparación académica casi perfecta, pero todo eso no vale si no aparece alguien capaz de sacar el duende y la magia a esa orquesta. Los jugadores de la Unión Deportiva, como los músicos de las grandes orquestas, comenzaron un día a creerse importantes. Solo les ha faltado esa concentración tan necesaria para jugar los partidos fuera de casa con la misma fe y el mismo desparpajo con que lo llevan haciendo casi toda la temporada en el estadio de Gran Canaria. Espero que ya dejen de revolverse las aguas y que naveguemos sin sobresaltos hasta finales de mayo disfrutando del buen fútbol. La temporada que viene queda lejos todavía. Estamos donde estamos, jugando entre los grandes y demostrando que contamos con talento de sobra como para seguir aquí muchos años. Lo demás ya vendrá. Ahora vamos a seguir mirando a la jornada siguiente o respirando holgadamente al ver que el descenso queda cada vez más lejos. Cuando acabó el partido seguían sonando tambores en las calles de Vegueta. Ese golpeo del cuero que hace temblar el estómago como un estruendo lejano no era esta vez ningún mal augurio con el que lamentarnos.
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