Me imagino al abuelo de Aguirregaray hablándole de Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. Y luego casi logro ver a su padre describiéndole la sobriedad de Iribar, los regates de Chechu Rojo o las faltas que tiraba Dani a la escuadra. Está claro que los ancestros de Aguirregaray no son de Huelva ni de La Gomera, y por eso intuyo que al verse jugando en el nuevo San Mamés volvería sobre la marcha a su infancia uruguaya y al eco de las palabras de esos antepasados vascos y futboleros. Y digo esto porque para mí el jugador más vasco de los que jugaron en Bilbao fue el lateral uruguayo. En los primeros siete minutos cortó un balón en su área anticipándose al delantero que se quedaba solo y se inventó un regate como los que me imagino que le contarían sus antepasados cuando hablaban de Panizo o de Manu Sarabia. Ya nos sorprendió en el partido contra el Málaga, pero en San Mamés ratificó esa impresión inicial. Y al igual que él, todo el equipo se mantuvo firme y seguro durante casi todo el encuentro.
Menos mal que los jugadores de Las Palmas que saltaron al campo nunca vieron jugar a Iribar. Es verdad que Germán le logró marcar goles inolvidables o que Mamé León lo regateó en el antiguo San Mamés en una victoria épica, pero les aseguro que para los niños de mi generación ver a Iribar vestido de negro en el Estadio Insular impresionaba y casi nos hacía creer que sería imposible encontrar un hueco por donde marcar un gol ante un hombre tan alto y tan bien colocado bajo los palos. Kepa, el actual portero del Athletic, no le va a la zaga, pero los mitos ya no son los mismos, y en la tele todos los jugadores se vuelven pequeños. Por eso los jugadores amarillos no se impresionaron cuando vieron al Chopo entregándole un trofeo a Adúriz al principio del partido. Jugaron sin complejos, sin desmoronarse en la segunda parte, teniendo opciones todo el tiempo y siendo competitivos, que no es poco después de muchos partidos viendo al conjunto amarillo como un alma en pena por el césped de los estadios que visitaba. Sumamos un punto, que no es mucho, pero que ahora mismo puede ser un potosí si seguimos ganando los partidos de casa.
La vida es un argumento que cambia en un parpadeo. El fútbol no voy a decir que sea un reflejo de la vida, pero sí diría que es un espejo en el que se termina reflejando la sociedad que tenemos en cada momento. Vivimos días trepidantes, consumistas, desmemoriados, exaltados y, sobre todo, caóticos. Pues es eso es también el fútbol, caótico y desmemoriado, un mercadeo de intereses cada día más vergonzante en donde un día te dicen que tu equipo se nutre de canteranos y al siguiente te encuentras que esos canteranos son casi todos uruguayos, nigerianos o argentinos. Y te acostumbras a ese destino proteico o tiras la toalla. Sabina cantaba que no hay más ley que la fiebre del oro en las minas del rey Salomón. Y eso es lo que también sucede en el fútbol; pero nosotros, los que vimos jugar a Germán y a Iribar, no podemos dejar de seguir a la Unión Deportiva por más que llueva, se arruine, descienda o traicione sus principios. También aprendemos que en el fútbol las matemáticas nunca son exactas. Ahora hay que ganarle al Sevilla el próximo sábado. Ya no somos aquel equipo de alfeñiques que se desmoronaba con el primer ventanero en contra.
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