Sandro Ramírez ni siquiera llegó a jugar en la Unión Deportiva, ni David Silva. Se los llevan desde niños, desde que marcan tres o cuatro goles en un partido de infantiles. Roque Mesa volvió al Gran Canaria, pero con la camiseta del Sevilla y después de estar unos meses en el Swansea, Vitolo jugaba el pasado año por estas fechas en el Sevilla, jugó luego en la Unión Deportiva y ahora lleva la camiseta rojiblanca del Atlético de Madrid. Y Viera, cómo no iba pasar lo que ha pasado con Viera, se va a China como hace unos años se fue a Valencia, a Vallecas o a Lieja. Este es el fútbol del siglo veintiuno, una gran casa de apuestas en la que solo ganan los que especulan.
El Sevilla es un ejemplo de adaptación a ese nuevo escenario futbolístico
El Sevilla es un ejemplo de adaptación a ese nuevo escenario futbolístico. Ha ganado varios títulos en los últimos años, pero sabe que cada éxito es una desaparición de media plantilla. No se queja. Hace caja y ficha nuevamente con criterio, con un cierto riesgo y con una planificación deportiva. Ahí está la diferencia con la Unión Deportiva. Nosotros vendemos a grandes jugadores y luego traemos mediocridades que no rinden y que se llevan ese dinero que, como mal menor, podían destinar a la cantera. Hace muchos años, antes de que existiera el equipo amarillo, los jugadores del Victoria o del Marino se iban como Viera. Entonces solían recalar en Madrid, tan lejos en aquel tiempo como ahora China. Siempre ha sido así, al igual que Las Palmas se lleva a los jugadores del Guía o del Santa Brígida sin que estos equipos puedan hacer nada por retenerlos.
Escribo todo esto porque el partido contra el Sevilla, en lugar de ser otra final, era el de la nueva despedida de Jonathan Viera, nuestro último refugio, el gran jugador, por el que valía la pena estar noventa minutos viendo un encuentro, el virguero, el creativo, el distinto, aunque contra el Sevilla fuera la sombra de sí mismo, acelerado y con la cabeza más cerca de Beijing que de Arucas. Nunca estuvimos del todo en el abismo porque estaba Jonathan Viera. Ahora solo nos queda el músculo y la fuerza, y ese es un mal consuelo con tantos meses por delante y con una plantilla, según definió nuestro entrenador, de mercenarios.
No generamos oportunidades, no jugamos a nada y además renegamos de todo lo que nos había hecho grandes, de nuestra forma de entender el fútbol, del toque, del arte y de la pausa. Sin Viera, mucho me temo que no habrá ningún titular canario en la Unión Deportiva en los próximos partidos, y esa sí es para mí la peor de las noticias, venirnos abajo y además renunciar a todo lo que fuimos. Marcamos de penalti en el minuto ochenta y uno de partido y nos anularon un gol válido en el último segundo que nos hubiera dado un punto. Hasta los árbitros se equivocan en contra de la Unión Deportiva. Todo lo demás es como un carnaval grotesco, un equipo disfrazado de amarillo que no tiene casi nada nuestro. Lo dijo Jémez, y si vas al RAE la primera acepción de mercenario que te encuentras es la siguiente: dicho de un soldado o de una tropa: Que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero. En eso estamos. Con eso contamos. Y no era eso lo que queríamos los aficionados, asistir a nuestra caída con jugadores de fuera. Vicente Gómez está viendo los partidos desde la grada. Ni siquiera tiene hueco en el banquillo. Prefieren a Nacho Gil y a Jairo.
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