Si se acaba la emoción desaparece la magia. Los amores mueren muchas veces cuando tienen que enfrentarse a las necesidades materiales y alimenticias. Uno no se puede pasar toda la vida contemplando puestas de sol o besando románticamente en los bancos de los parques. La hipoteca, la inestabilidad laboral o el recibo de la luz acaban muchas veces con ese idilio que uno pensaba disfrutar toda la vida. Lo prosaico mata lo poético y el dinero envilece casi todo lo que toca. También el fútbol, que era una pasión a salvo justamente por lo que tenía de incongruente, de sorpresivo y de épico. Ahora está en manos de la televisión y de cuatro ejecutivos que sólo buscan la rentabilidad y el negocio. Si alguien nos hubiera dicho hace años que el Barcelona jugaría contra el Real Madrid un lunes por la noche lo hubiéramos tomado por un aguafiestas. Pero las teles emiten partidos los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes, los sábados, y por supuesto también los domingos. Los ponen a cualquier hora y de cualquier Liga. El fútbol se ha convertido en un disparate que puede morir por saturación de intereses y de goles.
Supongo que serán cosas de la aldea global. También es verdad que en medio de esa alocada programación de partidos nos vamos aproximando otra vez a lo más cercano. Paradójicamente lo global activa luego lo local. Por eso estamos mirando tanto hacia la Unión Deportiva nuevamente, sobre todo si juegan canteranos que aún podemos reconocer por la calle. El Madrid y el Barcelona juegan otra competición. Parecen los globetrotters de gira por España. Sólo hay emoción cuando disputan la Liga de Campeones. No creo que tarden mucho los de la UEFA en montarse una Liga Europea de fútbol similar a la NBA, con franquicias, sin descensos, y con más anuncios de refrescos, hamburguesas y zapatillas deportivas que deporte. No sé para qué perdemos el tiempo viendo partidos de Primera División. Con seguir los dos clásicos tendríamos de sobra. El dinero marca la diferencia. En una competición regular es casi impensable la sorpresa si de entrada un jugador de un equipo cobra lo mismo que los veintidós del otro. Es una cosa de locos. También resulta incongruente que sigamos el partido del Madrid contra el Barcelona con corazón de lunes y viendo tan lejos el próximo fin de semana. Todavía un miércoles, aun incordiando, era más llevadero, pero pasar a un lunes este enfrentamiento es quitarle el carácter sagrado que siempre ha tenido para los buenos futboleros. Ya nada importa. Mandan las apuestas, los anuncios, las televisiones y los cuatro ídolos engominados e inmaduros. Los que aún queremos mantener a salvo el romanticismo tendremos que tirar de la épica. Los futbolistas ya sólo son iconos de máquinas tragaperras.
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