Cuando yo era niño los equipajes de los equipos de fútbol duraban toda la infancia. No había publicidad en las camisetas ni las casas comerciales cambiaban cada año una raya o el puño de la camisa para volver a venderlas de nuevo a los aficionados más entregados. Realmente en mi infancia, y no hablo de hace mucho tiempo, casi no había equipajes. Estaban los de los grandes equipos de Primera División y el de la selección española. El de Las Palmas, por ejemplo, no lo encontrabas en ninguna parte.
Las camisas eran de tela, sin ningún tipo de añadido decorativo ni de marcas que a veces ocupan más espacio que el propio escudo: camiseta amarilla, pantalón azul y medias azules con la parte superior de color amarillo. Nosotros teníamos que improvisar ese equipaje tirando de cualquier camiseta amarilla de manga larga que diera el pego. Luego le pedíamos a nuestras madres que nos cosieran el escudo en el pecho y un número en la espalda, y ya salíamos a la calle convertidos en Páez o en Noly. Cuento esto porque a los Reyes sólo le podías pedir el balón de reglamento, que tampoco variaba de un año para otro hasta que llegó el Tango en Argentina 78, y unas botas con las que emular a tus ídolos. Como generalmente jugábamos en canchas de cemento, en maretas vacías o en pedregales improvisados tenías que tener mucho cuidado con las botas de tacos recambiables, que casi nunca podías utilizar y que acababan quedándose pequeñas casi sin estrenar. Al final, después de darte el pisto el día de Reyes, tenías que volver a recurrir a las botas de tela del Gallo, que eran las que mejor se ajustaban a todos esos campos en los que no sé cómo no nos descalabrábamos los tobillos cada dos por tres.
Así y todo, de la noche de Reyes nos quedan un par de sonidos irrepetibles que ponen música a la banda sonora de nuestra infancia: el timbre de la bicicleta, el motor de los coches teledirigidos y, sobre todo, el sonido del bote de un balón recién desempaquetado, con el olor a cuero y el blanco nacarado brillando sin ninguna marca en toda su esfera. Ese balón volverá a brillar esta madrugada en muchas casas concitando emociones. También mañana volveremos a ver, en este caso con los equipajes oficiales, a muchos niños vestidos de amarillo por las calles de la isla. En ellos está el futuro que escriba las próximas páginas de la Unión Deportiva. De los mitos y de las gestas que vivan estos años dependerá su pasión futura. Nosotros tuvimos la suerte de tener cerca a Germán, a Brindisi, a Felipe y a equipos cuyas alineaciones, como los equipajes, se mantenían casi sin variación durante muchos años.
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